EL MITO DEL CEREBRO REPTILIANO

EL MITO DEL CEREBRO REPTILIANO

Aquellos que conocen algo de la anatomía del cerebro humano saben de la existencia de un cerebro “reptiliano” primitivo, en el que residirían sobre todo los instintos más básicos, un cerebro límbico, en el que residirían las emociones primordiales, como el miedo o la ira, y un cerebro más evolucionado que se ocuparía de asuntos más racionales, tales como las matemáticas de las cuentas bancarias en Suiza, el cual se situará a nivel del córtex cerebral externo. Las emociones serían pues algo primitivo, enraizado en las partes del cerebro menos evolucionadas, mientras que la lógica y la razón dependerían del funcionamiento del cerebro más moderno.

Sin embargo, aunque aparentemente primitivas, las emociones nos han permitido sobrevivir y escapar a los peligros o hacer frente a las adversidades. El mundo de hoy se sigue moviendo mucho más impulsado por las emociones que por la razón. Sin ir más lejos, las emociones, no la razón, mantienen vivas las relaciones sociales. Las emociones no tienen nada de simple, y no es raro que podamos experimentar dos o más al mismo tiempo, como tristeza y disgusto, por ejemplo. Todas las obras de la cultura universal giran alrededor de las emociones que suscitan, y no existe obra literaria o artística de calidad que no induzca un estado emocional intenso en el lector o el espectador. La ciencia, claro, es mucho menos atractiva que el arte, a menos que también sea capaz de emocionarnos, aunque solo sea un poquito.

No obstante, hablando de ciencia, pocas cosas son más apasionantes y satisfactorias para un amante de la razón y la verdad que la deconstrucción de mitos, incluso cuando estos han sido construidos por la misma ciencia. Un análisis reciente, mediante nuevos métodos, de los estudios de imagen cerebral realizados hasta ahora para identificar qué regiones del cerebro están involucradas en las emociones, indica que la visión de un cerebro emocional primitivo mencionada arriba es muy simplista y alejada de la realidad. Veamos por qué.

En primer lugar, es importante tener en cuenta que si creemos saber lo que son las emociones que sentimos, esto no es tan fácil para la ciencia. Para estudiar algo, la ciencia necesita primero definirlo de manera objetiva, y las emociones no son una excepción. Hace más de 40 años, el psicólogo Paul Ekman llevó a cabo trabajos con personas de diferentes etnias y culturas, mostrándoles fotografías de expresiones faciales indicativas de diferentes emociones, con el objeto de comprobar si cualquier ser humano era capaz de detectarlas en las expresiones de los demás. Esto fue lo que Ekman descubrió, lo cual le permitió definir cinco emociones básicas (miedo, ira, tristeza, disgusto y alegría), a las cuales algunos añaden una sexta emoción: la sorpresa.

Con el advenimiento de las técnicas de neuroimagen, comenzaron a realizarse estudios para averiguar qué regiones del cerebro estaban involucradas en la percepción de las diferentes emociones. Se descubrió así que regiones concretas del cerebro parecían activarse cuando se experimentaban estas. Por ejemplo, las regiones cerebrales denominadas amígdalas, localizadas a izquierda y derecha hacia la parte interna inferior de los hemisferios cerebrales, se activaban cuando se experimentaba miedo. La ínsula, otra región localizada en la parte central del cerebro, estaba involucrada en la sensación de disgusto.

Estos datos parecían confirmar, en efecto, que las regiones cerebrales involucradas en la experiencia emocional se encontraban en el cerebro más primitivo, y no implicaban al neo córtex, la zona cerebral más evolucionada y encargada de tareas tan elevadas como la comprensión del lenguaje o el razonamiento abstracto. Sin embargo, los estudios de imagen cerebral se topan con varios problemas. Uno de ellos es el número relativamente pequeño de sujetos de estudio; otro, la variabilidad de los cerebros de esos sujetos, cada cual de su padre y de su madre, nunca mejor dicho. En estas condiciones se pueden detectar con seguridad solo las regiones más intensamente involucradas en la percepción de las emociones, pero no todas las regiones cerebrales implicadas.

Para tratar de confirmar o refutar la existencia de ese cerebro límbico emocional, distanciado del racional, varios equipos de investigadores deciden analizar de nuevo los 148 estudios de imagen cerebral realizados desde 1993 hasta 2011, los cuales generaron un total de 377 mapas cerebrales a partir de 2.159 participantes. Los investigadores utilizan ahora un nuevo método estadístico que ellos mismos desarrollan, capaz de generar un modelo predictivo que permite identificar, de acuerdo al patrón de actividad cerebral, cuál de las cinco emociones es suscitada con una precisión del 66%. En otras palabras, analizando las imágenes, el modelo es capaz de predecir con un 66% de fiabilidad qué emoción está experimentando el dueño de un cerebro concreto.

El modelo es capaz de realizar estas predicciones porque el análisis que lo produce identifica patrones de actividad distintos, en regiones cerebrales concretas, asociados a las distintas emociones. Estas regiones incluyen, entre otras, las amígdalas y el tálamo, otra región sumida en las profundidades del cerebro. Sin embargo, este estudio revela ahora que las emociones no se limitan a unas áreas concretas del cerebro primitivo, sino que cada una de ellas implica en mayor o menor grado otras áreas del cerebro, muchas de ellas localizadas también en el neo córtex, las cuales, además, están asociadas a otras tareas cognitivas, perceptuales, o motoras.

Así pues, la idea de ese cerebro reptiliano y límbico dedicado a la percepción de las emociones es falsa. Las emociones humanas involucran a la totalidad de nuestro cerebro, algo a tener en cuenta antes de desdeñar a alguien calificándolo de demasiado emocional.

Referencia:

Tor D. Wager et al. (2015) A Bayesian Model of Category-Specific Emotional Brain Responses. PLoS Comput Biol 11(4): e1004066. doi:10.1371/journal.pcbi.1004066

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