EL MIEDO
EL MIEDO
El miedo, desde una perspectiva básica, es una
reacción biológica a un estímulo intenso o repentino que conlleva cambios en la
frecuencia cardiaca, sudoración y alteración general del organismo. Dicho
impulso puede ser el ver que se nos viene un encima pitbull con los ánimos
de mordernos la pierna cuando menos, una pistola apuntando a nuestra cabeza por
parte de algún malandrín, escuchar el discurso del presidente de la república
sobre los ajustes económicos o una declaración de amor.
A diferencia de otros mecanismos, el miedo es casi una
respuesta autónoma del organismo: se origina inconscientemente. Durante un
periodo de temor nuestro cuerpo produce las siguientes reacciones.
·
Incremento en la presión sanguínea
·
Dilatación de pupilas
·
Las venas se contraen, enviando más sangre a los músculos
(escalofríos)
·
Aumento de los niveles de glucosa en la sangre
·
Estiramiento de músculos por la adrenalina y la glucosa (piel
de gallina)
·
Algunos sistemas (como el digestivo e inmunológico) se
‘apagan’ para permitir un mayor flujo de energía
·
Dificultad de concentración
¿Dónde se origina?
Los científicos coinciden en que ciertas partes
cerebrales juegan un rol central en el proceso:
·
Tálamo: Envía mensajes procedentes
de los órganos sensoriales, como los ojos, las orejas y los dedos, a la corteza
cerebral
·
Giro pos central: Interpreta la información
sensorial
·
Hipocampo: Almacena y recupera
recuerdos; procesa conjuntos de estímulos para establecer contextos
·
Hipotálamo: Zona que alberga todos
nuestros temores
¿Por qué tememos miedo?
Sin esta emoción, no sobreviviríamos por mucho tiempo:
nos lanzaríamos del techo, agarraríamos serpientes venenosas, jugaríamos a las
cachetadas con un león y tendríamos –más– sexo sin protección. El objetivo de
este sentimiento es promover la supervivencia. Durante el curso de la evolución
humana, las personas que han temido a las cosas correctas han esquivado los
peligros del mundo para transmitir con éxito sus genes.
En el siglo XIX, Charles Darwin intentó explicar el
particular rostro del miedo (sí, el que pones cuando te sorprenden haciendo
algo indebido u olvidaste traer tu tarea a clases), visitando la sección de reptiles
del Zoológico de Londres: Al recargar su
frente en una la vidriera de una serpiente agresiva, percibió que cada vez que
el reptil lo amenazaba, él (Darwin) saltaba automáticamente hacia atrás,
concluyendo que la reacción era un instinto ancestral hacia los peligros
desconocidos.
Asimismo, los humanos nacimos con el don de la anticipación.
Muchos no hemos experimentado accidentes aéreos, pero sentimos nervios durante
el despegue. Anticipar un estímulo puede provocar la misma respuesta que
vivirlo, y esto, también tiene un beneficio evolutivo: durante las tormentas,
nuestros antepasados se refugiaban en cuevas para evitar los peligros de los
rayos –¡más vale prevenir que lamentar!
Temor a lo
conocido
Sí, tu miedo a los payasos tiene una explicación
lógica. En 1920 el psicólogo estadounidense, John Watson, sembró la fobia a los
ratones en un niño de nueve meses llamado Albert. Para ello, utilizó el
condicionamiento pavloviano, asociando un estímulo neutro (la rata) con un
efecto negativo. Cada vez que el infante tocaba al animal, Watson creaba un
ruido estruendoso, generando miedo en la mente del participante.
Posteriormente, la conducta se generalizó con otros estímulos similares
(animales peludos y máscaras barbadas). Al igual que Albert, muchas personas
presentan respuestas condicionadas. Por ejemplo, alguien que fue mordido por un
perro a los tres años, puede presentar temor a los 20 (la amígdala cerebral aún
asocia el dolor de la mordida).
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