Sistema inmunológico. Percy Zapata Mendo, Jaime Zapata Mendo.
Sistema inmunológico
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INTRODUCCIÓN
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Sistema
inmunológico, también llamado sistema inmune, es el sistema
corporal cuya función primordial consiste en destruir los agentes patógenos que
encuentra. Cualquier agente considerado extraño por un sistema inmunológico se
denomina antígeno. La responsabilidad del sistema inmunológico es enorme y debe
presentar una gran diversidad, con objeto de reaccionar de forma adecuada con
los miles de antígenos, patógenos potenciales diferentes, que pueden invadir el
cuerpo. Aún no se conocen en su totalidad los mecanismos fisiológicos complejos
implicados en el sistema inmunológico, pero la investigación médica continúa
desentrañándolos.
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COMPONENTES
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El sistema inmunológico
consta de seis componentes principales, tres de los cuales son diferentes tipos
de células, y los otros tres, proteínas solubles. Estos seis componentes pueden
encontrarse en la sangre de diferentes formas.
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Células
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Las tres categorías de
células inmunológicas son granulocitos, monocitos/macrófagos y linfocitos. Los
granulocitos son las células con núcleo más abundantes en la sangre. Estas
células fagocitan (ingieren) los antígenos que penetran en el cuerpo, sobre
todo si estos antígenos han sido recubiertos en la sangre por inmunoglobulinas
o por proteínas del sistema del complemento (descrito más adelante bajo el
epígrafe proteínas). Una vez ingeridos, los antígenos suelen ser destruidos por
las potentes enzimas de los granulocitos.
Los monocitos constituyen
un pequeño porcentaje de la totalidad de las células sanguíneas; cuando se
encuentran localizados en los tejidos, fuera de la circulación sanguínea,
experimentan cambios físicos y morfológicos, y reciben el nombre de macrófagos.
Al igual que los granulocitos, los monocitos también ingieren sustancias
extrañas, interaccionan con las inmunoglobulinas y con las proteínas del
complemento, y contienen enzimas potentes dentro de su citoplasma. Sin embargo,
los monocitos alteran además los antígenos, haciendo que la respuesta inmune
del tercer tipo de células inmunológicas, los linfocitos, sea más fácil y más
eficaz.
En algunos aspectos, los
linfocitos son las células más importantes del sistema inmunológico. Existen
dos tipos principales de linfocitos: los linfocitos B y los linfocitos T. Los
primeros son responsables de la inmunidad humoral o serológica; es decir, los
linfocitos B y sus descendientes directos, que reciben el nombre de células
plasmáticas, son las células responsables de la producción de unos componentes
del suero de la sangre, denominados inmunoglobulinas (véase más adelante). Los
linfocitos T son responsables de la inmunidad celular; es decir, atacan y
destruyen directamente a los antígenos. Estas células también amplifican o
suprimen la respuesta inmunológica global, regulando a los otros componentes
del sistema inmunológico, y segregan gran variedad de citoquinas. Los
linfocitos T constituyen el 70% de todos los linfocitos. Tanto los linfocitos T
como los linfocitos B tienen la capacidad de recordar, desde el punto de vista
bioquímico, una exposición previa a un antígeno específico, de manera que si la
exposición es repetida puede producirse una destrucción más eficaz del
antígeno.
2.2
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Proteínas
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Los tres tipos de proteínas
que forman parte del sistema inmunológico, y se encuentran disueltas en el
suero (la porción líquida de la sangre), son las inmunoglobulinas, las
citoquinas y las proteínas del complemento. Hay miles de clases diferentes de
inmunoglobulinas, que reciben el nombre de anticuerpos; cada una de ellas se
combina de manera exacta con un tipo específico de antígeno y contribuye a su
eliminación. Esta inmensa diversidad es la característica principal del sistema
inmunológico en conjunto.
Las citoquinas son compuestos
solubles, responsables en gran parte de la regulación de la respuesta
inmunológica. Si son segregadas por los linfocitos, reciben el nombre de
linfoquinas; si son segregadas por los monocitos, se denominan monoquinas.
Algunas citoquinas amplifican o incrementan una respuesta inmunológica que está
en curso, otras hacen que las células proliferen, y otras pueden suprimir una
respuesta inmunológica en funcionamiento. El sistema inmunológico, al igual que
otros sistemas corporales, debe ser regulado de esta forma, de modo que el
sistema esté activo cuando sea necesario, pero que no lo esté de una manera
patológica.
Las proteínas del complemento
forman una familia de compuestos que, junto con las inmunoglobulinas, actúan
para propiciar una respuesta inmunológica adecuada. Una vez que un anticuerpo
se une específicamente a su antígeno, las proteínas del complemento pueden
unirse al complejo formado de esta forma, y facilitan que las células
inmunológicas lleven a cabo la fagocitosis.
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LA RESPUESTA INMUNOLÓGICA
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Los seis componentes del
sistema inmunológico actúan como un todo para desarrollar una respuesta
inmunitaria eficaz. La investigación ha conseguido demostrar cómo suceden
muchas de las etapas de este proceso; otras fases aún son especulativas y están
siendo investigadas. Sin embargo, el proceso básico es el siguiente: cuando un
antígeno patógeno, por ejemplo una bacteria, consigue superar la primera línea
de defensa del cuerpo, por ejemplo la piel, se encuentra en primer lugar con
los granulocitos y los monocitos, y es neutralizado en parte por anticuerpos
preexistentes y por las proteínas del complemento. Después, los linfocitos y
los macrófagos interaccionan en el lugar donde ha entrado la bacteria,
amplificando la respuesta inmunológica; se sintetizan anticuerpos más
específicos y eficaces, debido a la memoria inmunológica generada por la
bacteria invasora. En los ganglios linfáticos más próximos puede tener lugar
una amplificación similar de la respuesta inmunológica, así como en lugares más
distantes, tales como el bazo y la médula ósea, donde también se sintetizan
linfocitos.
Si todo funciona, el sistema
inmunológico supera a la bacteria, de manera que la enfermedad está ya bajo
control. En este momento se ponen en funcionamiento mecanismos autorreguladores
supresores que detienen la respuesta inmunológica; las citoquinas tienen gran
importancia en este proceso supresor. Si el sistema inmunológico no está
autorregulado de una manera adecuada, se pueden originar otras enfermedades de
naturaleza inmunopatológica. Una vez que el antígeno es destruido mediante esta
combinación de acciones, el sistema inmunológico está preparado para responder
de una manera más eficaz si el mismo tipo de microorganismo invadiera de nuevo
el cuerpo. Si dicha preparación es adecuada para neutralizar totalmente a una
bacteria específica antes de que ésta produzca la enfermedad, se dice entonces
que existe inmunidad frente a dicha bacteria.
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ENFERMEDADES INMUNOLÓGICAS E
INMUNODEFICIENCIAS
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Ciertas enfermedades de
importancia clínica están relacionadas con deficiencias del sistema
inmunológico, y otras están relacionadas con un funcionamiento anormal (pero
por lo demás no deficiente) de dicho sistema. La disfunción o la deficiencia
del sistema puede ser un fenómeno primario; esto es, congénito o adquirido; o
puede tratarse de un fenómeno secundario, que aparece como consecuencia de
otras enfermedades, tales como el cáncer. La inmunosupresión también puede
aparecer como resultado del tratamiento administrado para otras enfermedades,
incluido el cáncer.
Por lo general, las inmunodeficiencias
primarias son congénitas y varían desde anormalidades benignas hasta
deficiencias severas incompatibles con la vida. La disfunción de los linfocitos
B y la ausencia de anticuerpos son problemas relativamente comunes, que afectan
a una de cada 500 personas, y suelen estar relacionados con la aparición de
infecciones recurrentes (sobre todo producidas por bacterias). Con frecuencia,
este tipo de problema puede tratarse con la administración de inyecciones
mensuales de gammaglobulina, la cual contiene muchos anticuerpos protectores.
Los fallos en la función de los linfocitos T y en la inmunidad celular son
mucho menos comunes que las deficiencias relacionadas con los anticuerpos;
están relacionados sobre todo con infecciones producidas por virus y por
hongos, y son más difíciles de tratar. Las inmunodeficiencias primarias más
graves consisten en una deficiencia combinada tanto de células B como de
células T; prácticamente todas ellas son fatales en ausencia de un tratamiento
radical, tal como un trasplante de médula ósea. En los últimos años, la
inmunodeficiencia que ha atraído mayor atención por parte del público ha sido
el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA).
Las inmunodeficiencias
secundarias pueden ser inducidas por drogas tóxicas (como las que se utilizan
en el tratamiento del cáncer) o por malnutrición, o ser secundarias a otras
enfermedades (por ejemplo, cáncer). Pueden ser desde benignas a graves, o
enfermedades relacionadas con los linfocitos B o con los linfocitos T, y la
mejor forma de tratarlas consiste en mitigar el problema primario que las
origina.
Muchas enfermedades que
suelen clasificarse como enfermedades autoinmunes, se deben a una autorregulación
defectuosa de la respuesta inmunológica normal. El sistema defectuoso puede
destruir o dañar células y sustancias solubles normales, lo cual conduce a la
aparición de una enfermedad evidente desde el punto de vista clínico. Una
alergia es una reacción anormal a una sustancia con la que se ha tenido un
contacto previo, y que suele ser inofensiva para otros individuos.
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RESPUESTA INMUNOLÓGICA A LOS
TRASPLANTES
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Aunque el sistema inmunológico
es esencial para la supervivencia del hombre, supone un obstáculo para el
trasplante clínico de órganos. El sistema inmunológico normal es eficaz para
reconocer como extrañas a las células procedentes de otros individuos. Una vez
que el sistema reconoce estas células intenta destruirlas; sin una medicación inmunosupresora,
como la ciclosporina, los riñones, los hígados y las médulas óseas
trasplantados, serían rechazados. Sin embargo, y tal como podría predecirse, la
terapia inmunosupresora podría conducir por sí misma a problemas infecciosos.
Así, el paciente sometido a tratamiento está en peligro constante de padecer
bien infecciones o bien el rechazo del trasplante.
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RELACIÓN CON EL CÁNCER
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Durante muchos años hubo
gran interés por la relación existente entre el sistema inmunológico y el
cáncer. En los pacientes que padecen cáncer, la tasa de infecciones es más
elevada, y en estudios realizados en el laboratorio con células y suero
procedentes de estos pacientes pueden observarse ciertas anormalidades
inmunológicas. A la inversa, la incidencia de cáncer es mucho mayor de la que
podría esperarse, tanto en pacientes con inmunodeficiencias primarias, como en
pacientes sometidos a terapia inmunosupresora. Además, mejorando la respuesta
del sistema inmunológico de pacientes con cáncer, mediante intervención terapéutica,
se han conseguido algunos efectos positivos, aunque limitados. Sin duda, la
manipulación de la respuesta inmunológica y el desarrollo de tratamientos
inmunológicos tendrán un impacto positivo en los intentos para conseguir un
tratamiento contra esta enfermedad.
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INVESTIGACIÓN
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El sistema inmunológico
continúa siendo un campo inagotable de investigación. Una de las principales
áreas de interés consiste en averiguar cómo se desarrolla la inmensa diversidad
de dicho sistema. Otra se centra en el análisis de la relación entre
enfermedades clínicas específicas y una inmunorregulación defectuosa. Se están
dedicando grandes esfuerzos para descubrir las formas de manipular la respuesta
inmunológica, no sólo para tratar las inmunodeficiencias, sino también para
mejorar los resultados obtenidos con los trasplantes clínicos y en el
tratamiento del cáncer. A principios de la década de 1980, la identificación de
la molécula receptora mediante la cual los linfocitos T reconocen los
antígenos, y el clonaje del gen del receptor de la interleuquina-2, han sido
logros importantes. Las investigaciones realizadas sobre el sistema inmune
alcanzaron mayor relevancia al concederse el premio Nobel de Fisiología y
Medicina en 1980 a los científicos B. Benacerraf, J. Dausset y G. Snell. En
1996, se concedió el premio Nobel de Fisiología y Medicina al australiano Peter
C. Doherty y al suizo Rolf M. Zinkernagel por el descubrimiento de cómo
funcionan las células del sistema inmunológico, al reconocer un virus que ataca
al organismo.
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