HISTORIA DEL SIDA. PERCY ZAPATA MENDO.
HISTORIA DEL
SIDA
Han pasado casi treinta años desde que explotó la epidemia
del sida, allá por la década de los 80 y, sin embargo, continúa debatiéndose
cuál fue el origen de esta enfermedad. Esta polémica ha suscitado teorías para
todos los gustos. Algunos han dicho que se trató de una conspiración de la CIA,
otros culpan al error de algún laboratorio de ingeniería genética que dejó
escapar al virus. Para otros incluso, el sida es una mentira inventada por
partes interesadas y que el VIH no existe.
De vez en cuando se descubren nuevas enfermedades. De
hecho, en los últimos veinte años hemos asistido al nacimiento del ébola, la
enfermedad del legionario, el síndrome de fatiga crónica, el síndrome tóxico y
más recientemente la neumonía asiática. Sin embargo, de entre todas estas “novedades”,
el sida es sin duda la gran protagonista.
En la actualidad existen pruebas científicas más que suficientes
como para afirmar con certeza que el sida es una enfermedad producida por el
Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH). Voy a intentar explicarle de dónde
vino esta “nueva enfermedad” que mantiene a raya al mundo durante los últimos 30
años, cómo se describieron los primeros casos, cómo surgió el virus y la
historia de una pareja de investigadores que se hicieron célebres compitiendo
por ser los primeros en identificar al VIH.
LOS
INICIOS
Eran los años 70 y la liberación sexual estaba en todo su
apogeo. Siguiendo esta corriente, la comunidad gay de algunos países había
decido salir a la calle y mostrarse sin complejos. En ciudades como San
Francisco o Nueva York, proliferaban los garitos donde además de copas y música
se practicaba el sexo sin restricciones.
Según investigaciones de aquella época, en una sola
visita a estos locales (saunas, discotecas o clubes especiales) se producían
una media de 2,7 contactos sexuales. Proliferaron entonces las enfermedades de
transmisión sexual (ETS) y era frecuente encadenar o padecer a la vez gonorrea,
sífilis, herpes genital y toda una lista de enfermedades asociadas a la
promiscuidad. Sin embargo, no fue suficiente para modificar los hábitos
sexuales de la época. Eran tiempos felices y la mayoría de estos problemas se
arreglaban con antibióticos.
Fue en este escenario cuando en junio de 1981 se
comunicó, en una revista científica, el primer caso de neumonía por
Pneumocystis carinii en un paciente homosexual. Este germen era hasta entonces
muy poco frecuente salvo en sujetos con las defensas bajas. Casi
simultáneamente se publicaron varios casos de sarcoma de Kaposi en pacientes
jóvenes y los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente. Ambas eran enfermedades
raras que aparecían sólo en sujetos inmunodeprimidos, es decir, sin capacidad
para defenderse de las infecciones y de algunos tumores.
En pocos meses se describieron casos similares en otros
países occidentales, fundamentalmente europeos, y cundió la alarma. ¿Qué estaba
pasando? ¿Por qué de pronto aparecían casos raros entre la desenfadada y joven
comunidad homosexual de San Francisco y Nueva York? Aunque los que vivieron
aquel momento no eran conscientes de ello, eran los primeros días de un drama
que llegaría hasta nuestros días.
NACE
UNA “ESTRELLA”
Se multiplicaron los casos de enfermedades pocos comunes
entre sujetos jóvenes. Eran sobre todo infecciones, difíciles de tratar y que
acababan matando a los pacientes. Pronto fue evidente que se trataba de una
epidemia: la enfermedad empezó a ser diagnosticada rápidamente en países
distintos a EE. UU. Pero la causa no estaba clara ni tampoco era fácil de
explicar por qué se producía a la vez y en países diferentes este cuadro mortal
tan poco común.
Se pensó en que el motivo de estas raras infecciones
estuviese en el frecuente uso de drogas estimulantes por la comunidad gay, que
parecía ser la más afectada, también se propuso a la combinación simultánea de
varias enfermedades de transmisión sexual (ETS) o al hecho de viajar a destinos
exóticos.
Sin embargo, una vez descrito el cuadro de
inmunodeficiencia, comenzaron a comunicarse nuevos casos en sujetos no
homosexuales: fundamentalmente adictos a las drogas intravenosas, hemofílicos y
sujetos procedentes de la isla caribeña de Haití. En enero de 1983 se describió
el primer caso de transmisión heterosexual.
Corría todavía el año 1981 cuando esta enfermedad fue
bautizada con el nombre de Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida o SIDA, un
término que hace referencia a la situación de falta de defensas que sufrían los
pacientes y al hecho de que se adquiriese durante la vida, ya que hasta aquel
momento la mayoría de los casos de inmunodeficiencia aparecían de forma
congénita, es decir al nacer, o bien en pacientes que estuviesen recibiendo
quimioterapia para el cáncer.
Había nacido una estrella, el Síndrome de
Inmunodeficiencia Adquirida, era el protagonista de todas las revistas
científicas: una nueva enfermedad, desconocida hasta entonces, destinada a la
fama por motivos poco felices. Sin embargo, el agente causante de la misma
continuaba siendo un misterio. El sida era una condena de muerte segura, no
había método eficaz para controlar las infecciones que sufrían los pacientes y
tampoco era posible prevenirla o curarla porque no se conocía su causa.
UN TEMA
DE CONCIENCIA PÚBLICA
Si existe un caso paradigmático de influencia de la
sociedad, en los gobiernos y en la comunidad científica, es precisamente el SIDA.
Era el año 1983 y las autoridades sanitarias de EE. UU. no consideraban al SIDA
como un problema de salud pública: hasta ese momento sólo se habían registrado
1.450 casos. Para la mayoría de americanos el SIDA era una plaga que castigaba
fundamentalmente a homosexuales y otras “gentes de mal vivir”, como drogadictos
y prostitutas.
Pero la muerte por SIDA en 1985 de la superestrella,
viril por antonomasia, Rock Hudson, dio un vuelco espectacular a la historia de
esta enfermedad. Cuando se encontraba filmando el que sería su último trabajo,
un papel secundario en la serie Dinastía, comenzó a mostrar una preocupante y
rápida pérdida de memoria. Necesitaba unas tarjetas de papel durante el rodaje
para recordar simples frases y pronto desarrolló claras dificultades para
hablar.
Fue el primer “famoso” internacional en reconocer que
estaba infectado por el VIH y que era homosexual. Alguien importante, rico y
famoso estaba infectado, una noticia que fue suficiente para poner en marcha a
la opinión pública norteamericana y la del resto de mundo. Se crearon grupos de
presión y aparecieron activistas con voz en todos los foros donde había
influencia, poder o dinero.
Morgan Fairchild, una actriz de la época declaró con tino
entonces: "la muerte de Hudson le ha puesto cara al SIDA." En poco
tiempo la investigación sobre la enfermedad recibió una avalancha de fondos que
fueron claves para los importantes avances conseguidos en estos años. En 1985
el SIDA se había convertido en un problema sanitario y social internacional y
los datos que llegaban de África ya apuntaban que se produciría una epidemia
sin precedentes por vía heterosexual.
LUCHA
DE TITANES
El descubrimiento de la causa del sida se convirtió a
principio de los años 80 en un objetivo para muchos investigadores. Dada la
repercusión mediática que estaba alcanzando la epidemia, el científico que desvelara
el enigma tenía garantizado el reconocimiento, no sólo en la comunidad
científica, sino del mundo entero. Es probable que muchos laboratorios
intentaran “cazar” al responsable de aquella enfermedad, pero para la historia,
sólo dos pasarán a la posteridad como protagonistas principales: el Instituto
Pasteur, en Francia, y el Instituto Nacional del Cáncer (NIH) en Bethesda,
EE.UU. También quedarán grabados en los anales históricos dos nombres míticos:
Luc Montaigne y Robert Gallo.
Luc Montaigne había nacido en Chablis, (Indre, Francia)
el 18 de agosto del 1932. Doctor en Medicina por la Universidad de Poitiers, y
dedicado a la docencia hasta 1967 que comenzó a investigar en virología. En
1972 fue nombrado jefe de la Unidad de Oncología Viral del Instituto Pasteur y
en 1974 director del Centro Nacional de Investigaciones Científicas.
Robert Gallo nació en Waterbury (Connecticut, EE.UU.) el
23 de Marzo de 1937, estudió medicina en las universidades de Jefferson,
Filadelfia y Yale y se doctoró en 1965. En 1968 fue contratado como
investigador en el Instituto Nacional del Cáncer (NIH) en Bethesda, siendo
director de la sección de Mecanismos de Control Celular entre 1969 y 1972.
Desde ese año fue el responsable del laboratorio de Biología Celular de
Tumores. En 1980 comunicaría el descubrimiento del primer retrovirus humano, el
HTLV-I, que transmitido por contacto sanguíneo y sexual era la causa de una de
cada 100 leucemias. Unos años después describiría otro virus, el HTLV-II, de
aspecto similar al anterior, pero no relacionado con ningún tipo de leucemia
hasta ese momento.
Estamos a principios de los años 80, el sida está
haciendo estragos en las comunidades gay de EE.UU. y en otros muchos lugares.
Descubrir al responsable es un objetivo prioritario y existían, tanto en Europa
como en América, científicos con la formación, los medios y la disposición para
ello. Sin embargo, las circunstancias hicieron que el descubrimiento del VIH
estuviese rodeado de polémica desde el principio.
Acusaciones de robo, de plagio y de mentiras se cruzaron
a ambos lados del Atlántico. El problema transcendió más allá de lo científico
y llegó a involucrar a los presidentes de algunos países. Pero expongamos lo
que ocurrió.
La forma de transmisión de la enfermedad hacía pensar que
un agente externo estuviera involucrado en su origen: había pacientes afectados
en diferentes continentes y algunos de ellos compartían factores de riesgo por
lo que los investigadores suponían que un agente tipo virus, bacteria, hongo o
quizá una toxina era el responsable del cuadro.
En 1982 los CDC ('Centers for Disease Control') de EE UU
definen el sida como una enfermedad infecciosa transmitida a partir de sangre
contaminada. Se cree que la vía sexual es una de las principales responsables
de los contagios.
En enero de 1983, en el hospital parisino de la Pitié, el
equipo del profesor Rozenbaum extirpa un ganglio del cuello de un paciente de
33 años llamado F. Brugiere, que se sospechaba tenía SIDA. El profesor Montaigne
examina el ganglio del enfermo y determina que existen rastros de actividad
bioquímica de un retrovirus. Era la primera evidencia de que la enfermedad
estaba causada por un agente externo, y que este agente era un virus, en
concreto un retrovirus.
Durante los años previos, el equipo de Robert Gallo había
sido el primero en describir los retrovirus humanos, unos virus que eran
responsables de algunas leucemias. Parece que los investigadores enviaron una
muestra del virus a los CDC americanos.
También en febrero de 1983, Charles Dauget, que trabajaba
en el instituto Pasteur, consigue fotografiar al virus que estaba en el
ganglio, mediante microscopía electrónica. Los investigadores proponen
denominar al virus como 'BRU' en honor al apellido del paciente afectado.
En mayo, la revista 'Science' publica el descubrimiento
del profesor Montaigne, y se propone la denominación de virus LAV (abreviatura
del virus de la linfadenopatia, término que se usa para describir el
agrandamiento de los ganglios linfáticos que aparece en ciertas infecciones).
En esa publicación se señala que el paciente no tenía aún los síntomas típicos
del SIDA, pero los investigadores creen que el virus es el agente responsable
del SIDA. Se enviaron muestras del virus al NIH americano.
En abril del 1984 Margaret Heckler, secretaria de salud
de EE.UU., anuncia que el equipo de científicos del profesor Gallo ha
descubierto el HTLV-III, virus que se considera causante del SIDA. Estos
autores patentan ese mismo día el test de anticuerpos capaz de detectar el
virus. En un alarde de excesivo optimismo se declara que es posible que en un
par de años se tenga la vacuna para controlar la enfermedad.
En Mayo de ese año, compañías privadas han desarrollado
un test comercial que es aprobado para la detección del virus en la sangre. En
unos meses se empezó a usar el test en la sangre utilizada para las
transfusiones.
A partir de ese momento, comienza a desatarse la polémica
entre Francia y EE.UU. Está en juego nada más y nada menos que la paternidad
del descubrimiento. Los investigadores del instituto Pasteur aseguran que ellos
enviaron muestras de su virus al NIH y creen que el virus descrito es el mismo
que ellos habían publicado previamente.
A finales de 1984 un científico inglés, Robin Weiss,
demuestra que el HTLV-3 y en LAV son el mismo virus: pero entonces ¿Quién había
robado a quién? ¿Son ciertas las afirmaciones de que Gallo pretende hacerse con
el descubrimiento de Montaigne? ¿Ha sido un error de laboratorio? ¿Es un
descubrimiento francés o un descubrimiento americano? ¿Quién se ha llevado el
gato al agua
En enero del 1985 Montaigne y Gallo publican las
secuencias genéticas de los virus del sida que han identificado y deciden
compartir los derechos de la patente. Parece que la solución más lógica es no
avivar el conflicto. Sin embargo siguen existiendo tensiones entre ambos
grupos, el descubrimiento tiene un alcance mundial y todos quieren ganar “la
medalla”.
En 1986 un equipo de investigadores, en particular
virólogos, tras aceptar de forma definitiva que el VIH es responsable del SIDA,
acuerdan ponerle el nombre del Virus de la Inmunodeficiencia Humana. Asimismo
se decide reservar SIDA para nombrar a la enfermedad cuando ya han aparecido
síntomas relacionados con la inmunodepresión, mientras que se denomina
infección VIH cuando están presentes los anticuerpos pero no han aparecido
síntomas relacionados con la disminución de las defensas.
La pelea por la paternidad del descubrimiento se hace tan
encarnizada que en 1987, los entonces presidentes de Estados Unidos, Ronald
Reagan, y primer ministro francés, Jacques Chirac, emiten un comunicado común
que pretende poner fin a la controversia sobre el mérito del descubrimiento del
nuevo virus. A partir de ese momento ambos científicos Gallo y Montaigne son
descritos como los “co-descubridores” del VIH. En 1986 se identifica en París
una variante del virus del sida en un paciente originario de Cabo Verde. La
variante es denominada VIH-2.
En 1988 Gallo y Montaigne publican un artículo conjunto
en el “Scientific American” en el que parecía que querían dar por terminada la
polémica. Sin embargo en noviembre de dicho año el Chicago Tribune descubre que
los trabajos de Gallo se basen en unas muestras de sangre que él había mandado Montaigne.
El asunto estaba siendo investigado por la Oficina de Integridad Científica del
Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos, que dictaminó que Gallo había
realizado un fraude e incurrido en mala conducta.
En 1991 Gallo reconoció que “su virus” procedía de una
muestra recibida del Instituto Pasteur, donde trabajaba Montaigne, y con el que
su equipo había colaborado. Según afirmó, habría tenido lugar una contaminación
accidental de sus muestras con las francesas. Con esto reconocía que ambos
virus (el LAV y el HTLV-3 eran el mismo) pero intentaba convencer al mundo de
que no se había actuado con mala intención.
En 1992 un nuevo informe del Departamento de Salud y
Servicios Humanos de Estados Unidos volvió a dar la razón a Montaigne.
En 1993 ambos investigadores deciden trabajar conjuntamente.
En 1995 Gallo pasó al Instituto de Virología Humana de la
Universidad de Baltimore (Maryland), donde descubrió tres factores susceptibles
de impedir la replicación del virus del sida, lo que podría conducir en el
futuro al hallazgo de la tan ansiada vacuna.
En la actualidad se considera que Montaigne fue el
descubridor de los virus del sida, VIH-1 y VIH-2. Gallo aportó la metodología
necesaria para descubrir los primeros retrovirus humanos. Sin los conocimientos
que había aportado Gallo, al identificar por primera vez los retrovirus
humanos, Montaigne nunca hubiera podido descubrir VIH.
Este breve resumen histórico es un claro ejemplo de lo
complicada que puede ser la historia de la ciencia. En mi opinión, ambos
científicos deben ser reconocidos por igual dejando a un lado la polémica. Y es
que los avances científicos se basan cada vez más en la colaboración de varios
equipos, a veces separados por miles de kilómetros de distancia. De hecho en la
actualidad los premios otorgados por su aportación a la ciencia en este campo
se dan de forma conjunta, como ocurrió en el año 2000 cuando ambos
investigadores recibieron conjuntamente el premio Príncipe de Asturias de
Investigación Científica y Técnica.
UN MONO
ES EL RESPONSABLE
La importancia de conocer el origen del sida va más allá
de la mera curiosidad o del puro interés académico. Su conocimiento exacto
puede ser clave para el desarrollo de la tan buscada vacuna y de tratamientos
más eficaces.
Una vez que se supo que el VIH era el responsable de la
enfermedad, algo que está científicamente demostrado, la pregunta del millón
era conocer de dónde había salido este nuevo virus con tan increíble potencia
destructora.
En la historia de la búsqueda del virus no se puede dejar
de hablar del célebre “Paciente 0” de dónde pareció partir la epidemia en los
primeros momentos. Se trata de Gaetan Dugas, un auxiliar de vuelo homosexual y
extremadamente promiscuo que reconoció haber tenido más de mil compañeros
sexuales. A partir del VIH aislado en su sangre se identificaron, investigando
a pacientes de todo el mundo, a más de 40 casos de VIH de idénticas
características, repartidos por multitud de países que tenían en común además
el haber compartido sexo entre ellos. Contribuyó indudablemente a extender la
enfermedad por todo el mundo, algo que ocurrió en un tiempo récord, pero
también ayudó a reconocer que la enfermedad era muy contagiosa y que ciertas
actitudes podían ayudar a su diseminación, por lo tanto era posible tomar
medidas para reducir la tasa de contagios.
DE
MONOS A SIMIOS
Los primeros análisis del material genético del VIH
mostraron que tenía una tremenda similitud con el SIV (virus de la
inmunodeficiencia del simio), una familia de virus que afectaban a monos del
centro de África donde también empezaron a identificarse casos de sida casi
desde el principio. En la actualidad, gracias a estudios genéticos que han
comparado el material de ambas familias de virus – humano y del mono -, está
aceptado por la comunidad científica que el VIH es un descendiente del agente
viral que afecta a los monos (SIV, en inglés simian immunodeficiency virus).
Tanto el VIH-1 como el VIH-2, los dos tipos de VIH más
conocidos tienen grandes similitudes con el virus del chimpancé y del mono
verde respectivamente. Está búsqueda del origen del VIH se ha prolongado
durante más de 10 años y ha sido precisamente en 2003 cuando se han publicado
los resultados que parecen ser definitivos.
El SIV es tremendamente frecuente entre los monos de África
Central, de hecho han sido aislados en más de 30 especies, aunque en ellos
estos virus no son mortales. Al parecer los chimpancés en estado salvaje fueron
infectados de forma casi simultánea por dos tipos de SIV muy similares. El
primero de ellos afectaba al mono verde que habita en los bosques de Sierra
Leona y Ghana y el segundo a una segunda especie de mono (cercopitecus
nictitans) que habita en los bosques de Costa de Marfil, Liberia, Níger y
Congo.
Es más que posible que hace cientos de años, los
chimpancés se infectarán simultáneamente con estos dos virus al cazar y comer
los dos tipos de monos de que hablábamos anteriormente. El intercambio genético
de estos dos virus en los chimpancés, dio lugar a un nuevo tipo de virus de
inmunodeficiencia que sí era capaz de ser transmitido al ser humano y
provocarle una enfermedad mortal.
EL
SALTO DEL VIRUS AL HOMBRE
Desde luego es bien conocida la posibilidad de que un
germen que habita en los animales pueda infectar al hombre y producirle una
enfermedad. De hecho y aunque pueda afectar a nuestro ego, el hombre y los
chimpancés poseen un material genético idéntico en un 98% de su composición, es
decir, sólo un 2% de nuestros genes nos diferencia de estos simios. Es bien
conocida además la capacidad de algunas enfermedades de transmitirse entre
especies distintas, un grupo de patologías conocidas como ‘zoonosis’.
Sólo nos quedaría explicar cómo pudo el virus ‘saltar’ en
el centro de África, desde el chimpancé hasta el ser humano.
Pues bien, de forma similar a lo que hacen estos primates
al cazar y comer monos más pequeños, una actividad que les trasmitió el virus,
también los habitantes humanos de estas zonas de África son cazadores
habituales de grandes simios. Para los indígenas de esta región del planeta, la
carne de mono es un alimento más que pueden conseguir mediante la caza y de
hecho lo consumen frecuentemente.
Durante las cacerías es más que frecuente que el animal
acorralado pueda producir heridas, mordiscos o arañazos por donde habría
penetrado el virus. Otros mecanismos posibles de transmisión al hombre serían
al comer su carne o al mantener algún tipo de contacto sexual con estos
animales.
Poner fecha al paso del virus desde el mono al hombre es
bastante difícil. Sin embargo, algunas cosas sí parecen bastante claras.
Durante la “exportación” de esclavos procedentes del centro de África que se
produjo durante los siglos XVIII y XIX para las grandes plantaciones
americanas, el virus no estaba presente. No existe ningún caso de infección VIH
hasta bien entrado el siglo XX.
El paciente más antiguo infectado por el virus del sida
que ha podido ser documentado científicamente es un congoleño cuya sangre,
extraída en 1959, dio positiva. La muestra había sido congelada como parte de
un estudio de investigación de aquella época y fue analizada en 1998 en busca
del nuevo virus. Existen sin embargo otros casos muy sospechosos que podría
haber sido sida en los años 30, sin embargo no han podido ser documentados por
no existir sangre disponible para el análisis. Otros casos que precedieron a la
epidemia y que están bien documentados son los de un marinero noruego que murió
en 1976 y el de un adolescente afro-americano que murió en 1969, en ambos se
aisló el virus a partir de muestras de tejido.
Los modelos matemáticos más sofisticados, basados en el
componente genético de los distintos virus de inmunodeficiencia conocidos y en
sus posibilidades de evolución hasta dar con el VIH actual, sí han conseguido
establecer una fecha aproximada del salto de la infección desde el mono al ser
humano. Por medio de superordenadores se ha conseguido establecer que este
evento tuvo lugar en torno al año 1930 y si se quiere ser menos preciso, existe
un 95% de posibilidades de que ocurriera entre 1910 y 1950.
Es muy probable que nunca lleguemos a saber la fecha
exacta; lo que sí está claro es que en algún momento de la mitad del siglo XX,
la infección del ser humano por el VIH se convirtió en el terrible cuadro
epidémico que tan bien conocemos y denominamos sida.
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