LAS DOLENCIAS DE NAPOLEON BONAPARTE. PERCY ZAPATA MENDO.
LAS DOLENCIAS DE NAPOLEON BONAPARTE
Las representaciones pictóricas juveniles de Napoleón
Bonaparte muestran a un hombre no muy bien parecido, de cutis amarillento, ojos
grises, mandíbula prominente y una nariz armónica; la característica física más
notable era, sin embargo, su pequeña estatura a una edad en que se puede considerar
definitiva – no más de un metro sesenta – y una
delgadez exagerada en sus años mozos, aunque recio y fuerte. En aquella
época, solía llevar los cabellos muy desordenados, en concordancia con una
vestimenta desaliñada que evidenciaba una escasa preocupación por su aspecto
personal.
Con esta descripción, está claro que su poder de atracción,
así como el poder que alcanzó como gobernante, no radicaron en su aspecto
físico, sino en una inteligencia que ha sido calificada como privilegiada, en
una frondosa imaginación no exenta de sentido común y, como suele ocurrir con
algunos personajes no muy dotados físicamente, un desborde de simpatía que
alternaba con enojos que él mismo manejaba según necesidad; su personalidad
despertaba la admiración, el amor y el fervor de quienes lo rodeaban; asimismo
impresionaba a sus enemigos. Para colmo tenía una gran resistencia para el
trabajo que, seguramente, fue una de las bases de sus grandes éxitos.
Una vez pasada su primera juventud – y bastante precozmente -
en la que soportaba incluso una mala alimentación y escasas horas de sueño,
comenzó a mostrar algunos signos de enfermedad.
Se ha dicho, basándose en varios ataques –alguno de ellos
siendo muy joven – que terminaban en pérdida de conocimiento, que podría haber
sido epiléptico. También se ha sugerido que una sífilis podría explicar ciertos
problemas urinarios que padeció durante el consulado (1802 –04), aunque probablemente
haya tenido sólo cálculos renales o vesicales.
Algunos historiadores sostienen que el padecimiento más serio
de Napoleón fueron las cefaleas migrañosas que se intensificaban en situaciones
de estrés; en 1796, mientras llevaba a cabo la campaña italiana, experimentó el
primer ataque de este tipo. Sufría además de una dermatitis muy pruriginosa –
picazón excesiva - que se ha relacionado con estados de ansiedad.
Como consecuencia de una constipación crónica, antes de los
treinta años ya padecía hemorroides y un prolapso rectal. En 1802, comenzó con
fuertes y frecuentes cólicos abdominales que se interpretaron como cólicos
biliares, pero por la historia posterior se ha sugerido que puede haber sido
una úlcera gástrica; sus problemas abdominales se atribuyeron a los habituales desórdenes
alimenticios en los que comía literalmente “cualquier cosa”.
Hasta aquí, un pobre hombre (si es que se puede decir esto de
Napoleón) aquejado de múltiples síntomas que, aunque pueden hacer miserable
cualquier existencia, no parecían
comprometer su vida.
Pero a los treinta y seis años, un año después de ser
coronado emperador, comenzó su debacle tanto física como mental. Ganaba peso de
manera desmesurada y, en poco tiempo, la flacura extrema que lo caracterizaba
dio paso a una obesidad desagradable gracias a la cual se rellenó su rostro,
sus manos finas se volvieron regordetas y su abdomen chato se veía prominente;
además, su piel se tornaba cada vez más suave y se insinuaba una incipiente
calvicie.
Los que lo rodeaban notaron un profundo cambio en su
carácter: había perdido la vivacidad y la capacidad para resolver asuntos, y se
había vuelto más autoritario. “El
Emperador se ha vuelto loco y nos va a destruir a todos”, declaró uno de
sus ministros. El cuerpo tampoco era el de antaño, había perdido su vitalidad,
estaba lento y vacilante con solo cuarenta años. Sin embargo, no se ha llegado
a un acuerdo con respecto a la enfermedad que convirtió a Napoleón en un ser irritable
y descontrolado que, ahora, tomaba determinaciones guiado sólo por sus
fantasías y que, además, había perdido sus contornos, transformándose en un ser
pesado. Las viejas caricaturas del escuálido Napoleón fueron desplazadas por
las imágenes del grueso y decrépito de los libros de historia.
Algunos historiadores de la medicina postularon con fuerza el
diagnóstico de mixedema (es una alteración de los tejidos que se caracteriza
por presentar acumulación de líquido, producido por infiltración de sustancia
mucosa en la piel, y a veces en los órganos internos, a consecuencia de un mal
funcionamiento de la glándula tiroides), mientras que otros declararon que el rostro
del Emperador no es compatible con la
cara abotagada del hipotiroidismo; los más arriesgados sugirieron que podía
haber sido víctima de una rara enfermedad como el síndrome de Fröhlich,el cual es
un trastorno congénito del aparato urinario, caracterizado por una tríada de
síntomas: ausencia de músculos abdominales, criptorquidia (ausencia de uno o
ambos testículos por falta de descenso a las bolsas escrotales) y piel arrugada
en el vientre, pero – tal como dice M. Biddiss – esta enfermedad es
prácticamente incompatible con la capacidad para tener hijos, además, se hubiera
evidenciado ostensiblemente durante su nacimiento. Con respecto a los episodios
de convulsiones y pérdida de conocimiento, que aquejaron prematuramente a
Napoleón, Biddiss pone en duda el diagnóstico de epilepsia mientras desliza la
posibilidad de que tales crisis hayan correspondido a episodios de “migraña
compleja” que, finalmente, podrían haber producido algún deterioro mental.
El 18 de junio de 1815, el ejército napoleónico perdió
definitivamente la batalla de Waterloo. Hay quienes aseguran que Napoleón
estuvo a un paso de vencer, pero la sorpresiva aparición de la caballería
prusiana desbarató sus planes. Los historiadores médicos sostienen que a los
cuarenta y seis años, prematuramente envejecido, sus luces de estratega habían
menguado junto con su fuerza física. Parece ser que la cabalgata del día anterior
lo llevó a un gran agotamiento y las dolorosas hemorroides lo sumieron en un
insomnio pertinaz; se cree que se le administró opio para que descansara y
pudiera conciliar el sueño. Al despertar, obnubilado, habría cometido errores,
como el de salir en la búsqueda de los prusianos hacia el este cuando éstos se
habían retirado hacia el norte. Le llevó demasiado tiempo estar en condiciones
de direccionar los movimientos de su ejército perdiendo, de este modo, la
posibilidad de atacar y triunfar en Waterloo. Alguien dijo que el “Napoleón joven” jamás hubiera
desperdiciado una ocasión de victoria, pero el Napoleón de 1815 no era ya capaz
de realizar el esfuerzo necesario para una gran empresa. Sin embargo, no fue
fácil para Wellington derrotarlo; él mismo afirmó que había sido el asunto más
desesperante en el que había estado, y “ninguna
batalla me dio tanto trabajo y nunca estuve tan cerca de ser derrotado”.
Cómo no pensar, entonces, que Waterloo se perdió, en parte, por la salud
deteriorada del emperador.
A la derrota le siguió el exilio en la isla de Santa Elena,
donde murió en mayo de 1821. Fueron años de frustración y malhumor; se hacía
más que difícil manejar a un prisionero de tal envergadura. Los ingleses
presentaban la isla como un centro de salud acorde para el estado de Napoleón,
mientras sus amigos la llamaban la “isla
del diablo” por el peligro que entrañaba; hasta el papa Pío VII – a quien
Napoleón había perseguido - pidió por su liberación, porque la isla era un
lugar perjudicial para su salud y “el
pobre desterrado se está muriendo poco a poco”.
Se argumentaba que en Santa Elena existía una hepatitis
infecciosa endémica, aunque es dudoso que Napoleón haya padecido.
En sus últimos meses de vida, padeció reiteradas hematemesis (es
la expulsión de vomito con sangre procedente del tubo digestivo alto, que va desde
la boca hasta el ángulo formado por las porciones del intestino delgado duodeno-yeyunal);
entonces… ¿Tenía, Napoleón, várices esofágicas por una enfermedad crónica del
hígado? Es poco probable. Las informaciones postmortem indicaban más bien una
úlcera maligna sangrante o una invasión gástrica por una neoplasia que
justificaba las hemorragias y el hipo continuo del emperador. Su padre había
muerto de un cáncer gástrico lo que hace aún más probable este diagnóstico.
Perforación y peritonitis fueron la causa final de su muerte.
A pesar de las evidencias, mucho tiempo después, otro
diagnóstico tomó la posta.
En su testamento, Napoleón había pedido que su cabeza fuera
afeitada y que los cabellos fueran entregados a algunos amigos y seguidores. En
1960 causó gran revuelo el hallazgo de arsénico en sus cabellos, en cantidades
considerables, creando a su alrededor la hipótesis de que podría haber sido
envenenado lentamente, por alguno de sus enemigos, durante su estadía en Santa
Elena Aunque la causa de muerte no se
explica por el envenenamiento, siendo el arsénico un poderoso carcinógeno, han
especulado que podría estar relacionado con el origen de la neoplasia.
En el año 2002, la revista “Science et vie” confirmó que los
cabellos de Napoleón estaban impregnados de arsénico; se cree que sus allegados
usaron la sustancia para garantizar la conservación de los mismos, una práctica
común en el siglo XIX, es decir, una cosa es que los cabellos hayan crecido de
un cuerpo envenenado lentamente con arsénico, otra muy diferente es, que hayan
estado empapados con ese veneno, que era usado como preservante.
Es posible que Waterloo se haya perdido por una concatenación
de causas entre las que los historiadores cuentan, el ejército napoleónico estaba
devastado por el tifus (¿fiebre tifoidea?), endémico en Rusia y Polonia, las
hambrunas y el clima nada favorecedor para las campañas. Esta opinión es
generalmente aceptada pero, a la luz de los acontecimientos referidos, los
historiadores creen que Napoleón, con su fuerza física deteriorada y sus luces
sin la luminosidad que le valió la admiración de sus amigos y, también, de sus
detractores, es un eslabón de la cadena que explica la derrota del emperador la
única vez que se enfrentó con las tropas británicas.
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