¿POR QUÉ HE ENGORDADO?
¿POR QUÉ HE ENGORDADO?
Muchas personas no salen de su
asombro: «No lo entiendo; hago y como lo mismo que cuando tenía 20 años, y en
diez años he ganado otros tantos kilos…» Las causas más frecuentes de esta
acumulación de kilos a lo largo de los años, con excepción de algunas muy
concretas – como en el caso de la diabetes, hipotiroidismo, etc. -, pueden ser
múltiples, pero, en la gran mayoría de los casos, el motivo principal de este
desajuste es un desequilibrio entre la cantidad de calorías ingeridas a diario
y el gasto calórico efectuado. En pocas palabras: COMEMOS MÁS DE LO QUE NECESITAMOS.
No obstante, el obeso se resiste,
curiosamente, a aceptar que su exceso de grasa obedezca a esta razón tan simple
y se aferra a cualquier excusa con tal de no admitir que su aumento de peso, y
por tanto de volumen y de riesgo para la salud, sea debido a un exceso de aporte
calórico.
Normalmente no somos muy conscientes
a la hora de evaluar nuestros aportes calóricos ni nuestros gastos.
El aporte energético es difícil de
valorar, porque no todo el mundo conoce el valor calórico y nutritivo de los
alimentos, de la misma manera que es difícil saber cuáles son los gastos
calóricos que se producen durante la jornada.
Es cierto que en los últimos años ha
habido un flujo masivo de información sobre el tema, y que se ha creado una
cierta conciencia, llamémosla "nutricional". Pero, aun así, y por
desgracia, la información adquirida es, en muchos casos, errónea, incorrecta o
deficitaria.
Cambio
de costumbres
Es indudable que a los 20 años la
actividad física es bastante más intensa que a los 30. Y muchas veces no nos
percatamos de ello. «Hago exactamente lo mismo», se acostumbra a decir, o a
pensar. Pero... ¿es eso cierto? Seguramente no.
Supongamos, a modo de ejemplo, que la
persona atormentada por esta cuestión sea en la actualidad, a sus 30 años, un profesional
con un buen puesto de trabajo. ¿Realmente cree esta persona que su actividad es
igual a la que tenía cuando acudía a la Facultad? Es difícil de creer.
Para empezar, es probable que haya cambiado
su medio de locomoción: no más autobuses o ir a pie. Ahora dispone de un
automóvil o una motocicleta, pues le es más cómodo: Ya no tiene que desplazarse
los 300 metros - dos veces al día, por el ida y vuelta - que le separan de la
parada del autobús, ni recorrer los otros 700 metros - otras dos veces al día -
que hay entre el lugar en que se baja y la Facultad. Sólo en esta actividad,
nuestro profesional de la actualidad ha dejado de andar - considerando que haya
asistido a clase unos 150 días por año - 300 kilómetros anuales -, metros más,
metros menos.
Posiblemente su desayuno tampoco sea
el mismo, dado que su economía tampoco es la misma. De este modo, casi con
certeza habrá cambiado su simple café en la tienda de la facultad por algo más
consistente. Muy, pero que muy por lo bajo, este "algo más
consistente" lo podemos cuantificar en torno a las 150 Kcal/día. O lo que
es lo mismo, unas 54.000 Kcal anuales más.
Sólo estos dos pequeños detalles son
causas que justifican este aumento de un kilo por año. La denominada
"sociedad del ocio" del mundo occidental en la que estamos inmersos
tiende a procurar cada vez más comodidades al ciudadano. Estas comodidades repercuten,
sin duda alguna, en una disminución de nuestro ejercicio físico diario, en nuestra
propensión a la obesidad.
¿Quién recuerda lo que es realizar la
lavada a mano y tender la ropa? Lavadoras y secadoras lo hacen por nosotros. ¿Y
limpiar a mano con balde y trapeador? ¡Para eso están las lustradoras! Por no
hablar de salir a dar un paseo por la tarde… ¡con la película que ponen en la
tele!
Todo ello al año se traduce en miles
de calorías que dejamos de quemar y que se almacenan en el cuerpo en forma de
cúmulos grasos.
Esto en lo que se refiere a la actividad
física; pero, ¿y la alimentación? También aquí ha sufrido la vida moderna una
seria mutación.
Comer
corriendo
La incorporación de la mujer al mundo
laboral ha significado toda una revolución en el modelo clásico de la dinámica
hogareña, lo que, lógicamente, ha repercutido directamente en la alimentación.
Se ha pasado de la cocina elaborada cotidianamente a la cocina rápida.
Es lógico: no hay tiempo, se está
cansado... Así, digerir cualquier cosa y en cualquier lugar se ha convertido en
habitual. No es que comer fuera de casa sea perjudicial, ni mucho menos, pero
sí que es peligroso para mantener la línea. Y esto, por varios motivos. Es
posible que nuestra economía no nos permita comer a la carta todos los días,
por lo que se recurre a los menús o a los restaurantes de comida rápida, o fast
food.
Comer en cualquier restaurante medio
significa, casi siempre, ingerir más grasas de las necesarias, pues los
alimentos rebozados, apanados, fritos o en salsa están a la orden del día.
La fast food merece, por sí sola, un
artículo entero. Baste con recordar que también se la conoce como "comida
basura".
En casa, por la noche, las costumbres
también han variado lo suyo. ¿Qué miembro de la pareja cocina tras la jornada
laboral? Se echa mano de cualquier cosa - que para eso está el congelado -, se
coloca en el microondas por tres minutos, ¡y listo para comer!; o recurrimos a
la ingesta de fiambres, embutidos, patés, etcétera; y la “digestión” la hacemos
ante el televisor.
El cuerpo humano es capaz de realizar
un enorme trabajo con un consumo muy bajo, y ésta es una idea que debe tener
presente cualquier persona que desee estar en inmejorables condiciones de
salud.
Y, sin embargo, como toda máquina,
necesita sus cuidados, mínimos pero imprescindibles, para un óptimo
rendimiento. Seguro que sabe muy bien que arrancar su coche en frío es
perjudicial para éste. Pues nosotros también "arrancamos en frío"
cuando no desayunamos hasta media mañana. Del mismo modo que le dedicamos un
par de minutos al coche para que no se averíe, deberíamos ser capaces de
levantarnos diez minutos antes y desayunar bien antes de salir de casa. Y al
igual que no se le echa gasolina normal a un coche que utiliza súper, puesto
que así no andaría y, además, tampoco habría que permitir que nuestro cuerpo se
resienta por no comer verdura, sabiendo que el ser humano la necesita a diario.
Para concluir con el ejemplo del
coche, ¿le pone usted aceite al coche hasta rebosar o, por el contrario,
calcula bien la cantidad para que no se le engrasen las bujías? ¿Por qué
permite, pues, que su cuerpo "rebose aceite"?
Poquito
a poco
Los especialistas recomiendan
aumentar la actividad física para prevenir ciertas enfermedades cada día más
frecuentes - hipertensión, infarto de miocardio, hipercolesterolemia, etcétera -,
pero esto no significa que debamos cambiar nuestra conducta de manera brutal.
Tan perjudicial para la salud es el exceso como la carencia.
Pretender rebajar en pocas semanas lo
que se ha adquirido con el paso de los años puede ocasionar a nuestro organismo
daños serios difíciles de subsanar. Debemos adquirir, poco a poco, nuevos
hábitos de alimentación y de ejercicio, Es necesario informarse bien sobre las
propiedades de los alimentos y desterrar muchos tabúes impuestos por la cultura
popular, que no por la científica.
Desterrar, por ejemplo, de la dieta a
los carbohidratos es uno de los errores más frecuentes; compensar su falta con
un incremento de las proteínas y grasas es ya inadmisible, y asegurar que tal
producto vendido en la farmacia y los gimnasios les permite comer “sano”
libremente es, sencillamente, una estafa. El equilibrio dietético empieza por
comer de todo y de manera variada, cuidando únicamente las cantidades, y sin
que esto implique, en absoluto, pasar hambre.
Referencia: Dr. Tomas Taure,
Dietista.
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