APENDICITIS AGUDA. PERCY ZAPATA MENDO.

APENDICITIS AGUDA
El apéndice vermiforme es un pequeño órgano que está unido al extremo  de nuestro intestino  grueso, en la porción llama­da ciego. Su tamaño, variable, puede alcanzar varios centímetros de largo, y es  estrecho y alargado. Vermifor­me significa "con forma de gusano", y presenta un pe­queño hueco en su interior que lo conecta al ciego. Sue­le estar situado en el cua­drante inferior derecho del abdomen -es decir, debajo del ombligo y a la derecha-, aunque en algunas personas  su posición varía mucho: puede estar hundido en la pelvis, pegado a la vejiga urinaria o al ovario o elevado hasta alcanzar la cara inferior del hígado; es posible, inclu­so, que lo hallemos en el la­do izquierdo.
Desde el punto de vista  embriológico, es un extremo atrófico del intestino grueso, y su función parece ser defensiva frente a las infecciones, ya que contiene numerosos ganglios linfáticos. De ahí que se vea afectado con facilidad por muchas infecciones, quizás al proteger a otras partes más importantes del organismo. Pues bien, la apendicitis aguda no es otra cosa que la inflamación severa de este pequeño apéndice.

¿Quién se libra de la apendicitis?
La apendicitis aguda cons­tituye una enfermedad extra­ordinariamente frecuente, tanto que puede afectar has­ta a una de cada quince per­sonas a lo largo de la vida. Su frecuencia disminuyó entre 1940 y 1960, por causas que aún se discuten, pero desde entonces permanece estable -supone casi el 5% de las operaciones del abdomen-. Puede afectar a personas de cualquier edad, aunque es más frecuente en la segunda y tercera décadas de la vida. Se da por igual en hombres y mujeres, salvo entre la pu­bertad y los 25 años, período éste en el que es más fre­cuente entre los varones. La apendicitis tiene una mortali­dad muy baja: aproximada­mente uno de cada 100.000 casos. La mortalidad es mayor, desgraciadamente, en los recién nacidos por debajo de los dos años, el 80 por ciento están perforadas-y en los ancianos. Esto se debe a la mayor fragilidad de estos pacientes, y a que es más difícil hacer el diagnósti­co en ellos.
¿Y qué se nota cuando se tiene apendicitis? Inicialmente, sólo un malestar difícil de explicar en el área del ombli­go o por encima de él, en la zona del estómago, que dura unas seis horas. A veces se acompaña de náuseas y al­gún vómito, aunque suelen ser escasos. Sin embargo, algunas personas más estoi­cas no notan o recuerdan esta fase.
Un dolor muy característico
De manera progresiva, el dolor se centra en la zona donde está el apéndice, y que los médicos llamamos "fosa ilíaca derecha". Cuan­do esto ocurre, la enfermedad afecta por lo general ya a todo el apéndi­ce, inclu­yendo su capa más externa -el peritoneo-, y si no se hace nada, se puede perforar, lo que pro­duce una peritonitis localizada o generalizada. En este momento, el paciente prefiere estarse quieto y tumbado, ya que los movimientos o la tos hacen que se intensifique bastante el dolor. Este también aumenta al tocar el área afectada. Precisamente un signo muy típico que da una pista diagnóstica es que el dolor se exacerba cuando se presiona la zona y se retira luego la mano bruscamente: a esto se le llama "signo del rebote" o "de Blumberg", y nos indica que existe irrita­ción del peritoneo en esta localización. A estas alturas del proceso, suele haber fiebre, aunque si no hay perfora­ción, no suele pasar de 38° C, y pueden notarse ganas de defecar, si bien no es normal que haya diarrea.
El dolor de la apendicitis es tan típico, que el médico suele diagnosticarla con sólo hacer algunas preguntas sobre el mismo -recogiendo la historia clínica- y explorar cuidadosamente al paciente. Por desgracia, no hay una prueba que diagnostique de manera definitiva la apendicitis. Esta situación se agrava cuando el apéndice se en­cuentra desplazado y en luga­res inhabituales, factor que dificulta todavía más el esta­blecimiento del diagnóstico. Por otro lado, hay una enor­me lista de enfermedades que pueden confundirse con la apendicitis. De este modo, el diagnóstico correcto de­pende de la experiencia del médico al que se acude.
La inevitable operación
El tratamiento es siempre la extirpación quirúrgica del mismo. Esta operación es muy sencilla, y su riesgo, muy bajo. El peligro puede aumentar si se retrasa en exceso, si ya hay perforación con peritonitis importante o si se trata de recién nacido y anciano; sin embargo, no existe alternativa, y también en estos casos el riesgo de la apendicitis no tratada es mayor.
Con todo, se da la para­doja de que, cuando se ope­ra una apendicitis, no siem­pre lo que se encuentra es una apendicitis. En aproxi­madamente un 20 por ciento de las operaciones el ciruja­no constata que el apéndice no está inflamado.
¿Por qué sucede esto? En algunos casos, el dolor que mueve a la operación puede estar motivado por alguna enfermedad benigna que se hubiera curado sin necesi­dad de operar -una gastroen­teritis, una inflamación pélvi­ca o la simple rotura de un folículo del ovario-. En otras ocasiones, quizá se trate de una enfermedad más grave, aunque de carácter distinto -una colecistitis, una úlcera perforada, una obstrucción intestinal o una pielonefritis-. Esto no quiere decir que el cirujano sea malo ni exa­geradamente dado a empu­ñar el bisturí: este tipo de errores son normales y los pueden cometer hasta los mejores equipos quirúrgicos del mundo. La explicación de este hecho reside en la ineludible imprecisión del diag­nóstico -se acierta en el 80 por ciento de los casos-, y, puestos a valorar, está claro que, ante la mínima sos­pecha, es mejor intervenir a un paciente que no tiene en realidad apendicitis, que dejar sin operar a otro que sí la tenga y al que luego le pue­da surgir alguna complica­ción, puesto que las conse­cuencias en este caso pue­den ser fatales.
Sea como sea, el cirujano extirpa siempre el apéndice, ya que es un órgano del que se puede prescindir sin nin­gún problema. La recupera­ción suele ser muy rápida, y rara vez vuelve uno a acor­darse de él.
En resumen, la apendicitis es una causa muy frecuente de dolor abdominal, sobre todo en las personas jóve­nes, y puede tener conse­cuencias peligrosas, pero su tratamiento es sencillo y la cura por completo.

Referencia: Alfonso J. Cruz Jentoft; Hospital Universitario San Carlos, Madrid.

Comentarios

  1. Esta correcto y facil de entender todo lo que ha expuesto.. lo felicito!!!!

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  2. Felicidades por la narracion cualquiera puede entenderlo :)

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  3. ahhhh perdon solo cambiale el color del texto es muy dificultoso leer.

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