LA AGONÍA Y LA MUERTE EN EL QUEHACER MÉDICO. PERCY ZAPATA MENDO.
LA AGONÍA Y LA MUERTE EN EL
QUEHACER MÉDICO
Hasta hace un
siglo la generalidad de las personas fallecía al poco tiempo de sufrir una
lesión traumática o de contraer una infección grave; otras personas tenían poca
esperanza de vida una vez que se les diagnosticaba una enfermedad del corazón o
un cáncer. Así que la muerte era una experiencia familiar y, en estos casos, no
se esperaba más que los cuidados paliativos por parte de los médicos
En la actualidad
ya no se contempla la muerte como una parte intrínseca de la vida sino como un
evento que se puede aplazar temporalmente. Las principales causas de mortalidad
en las personas mayores de 65 años son:
Las
enfermedades cardíacas,
El
cáncer,
Las
enfermedades cerebro-vasculares,
La
enfermedad pulmonar obstructiva crónica,
La
neumonía y
La
demencia.
No obstante, los
tratamientos médicos en general prolongan la vida de los individuos que padecen
estas enfermedades, permitiéndoles mantener durante varios años una buena
calidad de vida y de sus funciones vitales. Otras veces esta calidad disminuye,
aunque se consiga prolongar la vida del paciente. De todos modos, es frecuente
que la muerte constituya un hecho inesperado, aun cuando la familia supiera que
una enfermedad grave causó el fallecimiento.
Cuando se dice
que alguien se está muriendo significa, por lo general, que el desenlace se
espera en horas o días, aunque también se aplica a las personas de edades muy
avanzadas y delicadas o a las afectadas de una enfermedad mortal como el SIDA.
La mayoría de las personas con enfermedades crónicas viven durante muchos años
aunque sufran limitaciones en su actividad física, precisamente a causa de
enfermedades como las cardíacas, algunos tipos de cáncer, el enfisema, la
insuficiencia renal o hepática, la enfermedad de Alzheimer y otros trastornos
mentales.
Pronóstico de la muerte
En ocasiones es
necesario predecir cuándo fallecerá alguien a causa de una enfermedad crónica.
Este aspecto puede ser importante ya que frecuentemente el seguro de enfermedad
no cubre los cuidados paliativos para las enfermedades crónicas, y aun en los
hospitales de nuestro país, se muestran cierta renuencia por parte del personal
por recepcionar a los pacientes terminales salvo que se encuentren en un estado
de salud sumamente deplorable… tal vez se pueda argüir que la escases de camas
obligan a tal proceder, pero no es lo ideal
En pacientes con
determinadas enfermedades, los médicos pueden hacer un pronóstico bastante
preciso a corto plazo, a partir de los análisis estadísticos de grandes grupos
de pacientes con procesos similares. Por ejemplo, pueden estimar que sobreviven
y salen del hospital 5 de cada 100 pacientes con un estado crítico semejante.
Pero pronosticar cuánto tiempo podrá sobrevivir un individuo en particular es
mucho más complicado. El mejor pronóstico que puede hacer un médico se basa en
un cálculo de probabilidades y su confianza con respecto a ese cálculo. Si la
probabilidad de supervivencia es del 10 por ciento, los interesados deben saber
que existe un alto índice de probabilidades de muerte y obrar en consecuencia.
Es posible que un
médico no pueda hacer un pronóstico cuando no dispone de información
estadística o que lo haga basándose en su experiencia personal, lo que sería
menos exacto. Algunos médicos prefieren dar esperanzas, describiendo
recuperaciones extraordinarias sin mencionar la elevada tasa de mortalidad
entre los afectados por esa misma enfermedad. Sin embargo, tanto los pacientes
con dolencias graves como sus familiares tienen derecho a disponer de una
información completa y del pronóstico más realista posible.
Muchas veces se
debe elegir entre la alternativa de una muerte rápida pero en lo posible
confortable o vivir un poco más recibiendo un tratamiento agresivo. Este último
puede prolongar el período de agonía, aumentar la aflicción y la dependencia
por parte del paciente y disminuir su bienestar. A pesar de estos
inconvenientes, los pacientes y sus familiares pueden pensar que si existe
alguna oportunidad de supervivencia es mejor intentar tales terapias, aun
cuando la esperanza de curación sea poco realista. Cuando el propio paciente
moribundo u otras personas en su lugar toman estas decisiones, se plantean
cuestiones de orden moral, filosófico y religioso.
Durante la agonía
La agonía se
caracteriza habitualmente por un largo deterioro general, marcado por episodios
de complicaciones y efectos secundarios como sucede en algunos casos de cáncer.
En general, durante el mes anterior a la muerte disminuyen de forma sustancial
la energía, la actividad y el bienestar. Se observa un visible debilitamiento
del paciente y para todos resulta evidente que la muerte se aproxima.
La agonía también
sigue otro curso; a veces, un paciente tratado en el hospital con una terapia
agresiva a consecuencia de una enfermedad grave, puede empeorar de repente y
sólo se sabe que se está muriendo algunas horas o días antes de fallecer. Sin
embargo, es cada vez más común agonizar con una lenta disminución de las
capacidades y durante un largo período de tiempo, a veces con episodios de
síntomas graves. Los trastornos neurológicos como la enfermedad de Alzheimer
siguen este esquema, al igual que el enfisema, la insuficiencia hepática, la
insuficiencia renal y otras afecciones crónicas. Las enfermedades graves del
corazón provocan con el tiempo incapacidad, y causan graves síntomas de manera
intermitente; pero, en general, la muerte acontece súbitamente por trastornos
del ritmo cardíaco (arritmia). Es fundamental que tanto el enfermo como su familia
sepan cuál será la evolución de la enfermedad a fin de que tomen las decisiones
oportunas. Así, cuando sea probable la muerte por arritmia, deben estar
preparados para un desenlace fatal en cualquier momento; en cambio, el
decaimiento que precede a la muerte en casos de cáncer es una advertencia de
que quedan pocos días.
Cómo tomar decisiones
Para obtener la
mejor calidad de vida durante una enfermedad mortal, debe existir una
comunicación honesta y abierta entre el médico y el paciente sobre las
preferencias del paciente en cuanto a los cuidados que desea recibir al final
de su vida. El médico debe asesorarle de forma imparcial sobre las
posibilidades de recuperación y de invalidez durante los distintos tipos de
tratamiento, y después de los mismos. El paciente debe tomar una decisión
conforme a esta información y comunicársela al médico y a su propia familia.
Además, el paciente debe indicar cuál es el tratamiento que desea elegir,
cuáles son los límites que desea fijar a este tratamiento, el lugar donde
quiere morir y qué espera que se haga cuando llegue la muerte.
Para elegir un
médico, la persona afectada debería indagar sobre los cuidados que éste le
puede ofrecer al final de su vida: ¿Tiene suficiente experiencia en el cuidado
de pacientes terminales? ¿Atiende el médico al paciente hasta la muerte en
cualquier lugar, ya sea en casa o en centros para enfermos terminales? ¿Trata
todos los síntomas (cuidados paliativos) en los momentos finales? ¿Está
familiarizado el médico con los centros de asistencia, la fisioterapia y los
servicios de terapia ocupacional de la comunidad? ¿Quién puede acceder a éstos,
cuáles son las condiciones de pago y cómo ayudar al paciente y a su familia
para obtener cuidados más constantes e intensivos cuando sea necesario?
Instrucciones anticipadas y últimos deseos
Un paciente puede
dar instrucciones sobre el tipo de atención que desea recibir antes de
necesitarla, si por alguna razón no pudiera decidir por sí mismo llegado el
caso. Tales directrices pueden indicar objetivos y cuestiones de orden
filosófico, pero deben ser más específicas a medida que evoluciona la
enfermedad. Aunque dichas directrices pueden registrarse como "últimos
deseos", por lo general es suficiente una carta escrita por el paciente o
un documento con sus indicaciones en el expediente médico.
Los pacientes
deben tener plena consciencia de su estado y de las opciones que tienen, a fin
de tomar decisiones sobre sus instrucciones anticipadas. Por lo tanto es
necesario que consulten con el médico, para que las instrucciones sean
específicas y útiles. Además, éstas se comunicarán a todo el personal sanitario
que participa en el tratamiento y cuidado del paciente, ya que una falta de
información al respecto puede convertir en irrelevante la orientación
anticipada. Un paciente que prefiera morir en su casa y que no desee la
reanimación, debe solicitar al médico que comunique su voluntad al personal de
urgencias para que no lo trasladen a un hospital ni lo sometan a reanimación.
Igualmente, los miembros de la familia deben conocer tales decisiones.
La planificación del tratamiento
Los pacientes y
sus familiares pueden sentirse anulados por la enfermedad y el tratamiento,
como si no tuvieran ni voz ni voto con relación a lo que les está sucediendo. A
veces es preferible la sensación de no tener el control, a tener la
responsabilidad de las decisiones. Los pacientes y sus familiares difieren en
su deseo de información e implicación en las decisiones y deben poder decidir
hasta qué punto se quieren comprometer. La situación ideal es sentirse
satisfechos de haber hecho lo posible por mantener el bienestar del paciente y
su dignidad hasta la muerte.
El paciente, la
familia y el personal de salud deben ser realistas con respecto a las
probabilidades de que acontezca la muerte, deben dialogar sobre las posibles
complicaciones y planificar cómo afrontarlas. Sin embargo, ver las cosas
objetivamente es difícil cuando suceden imprevistos y cuando las reacciones
emotivas dificultan las decisiones. Algunas decisiones son menos importantes de
lo que parece, como la de permitir o no la reanimación (único tratamiento que
se aplica automáticamente en el hospital). La orden de no proceder a la
reanimación tiene sentido en pacientes cuya muerte se puede prever. Sin
embargo, tal decisión no debe ser necesariamente una carga para los familiares.
Es poco probable que el paciente obtenga algún beneficio de una reanimación
asistida. De todos modos, la reanimación puede estar prohibida en las
instrucciones establecidas anticipadamente, al igual que los alimentos y el
agua administrados por sonda (nutrición e hidratación artificial) que no
siempre son útiles para un enfermo terminal.
Existen otras
decisiones que afectan de forma sustancial al paciente y a sus familiares y por
ello requieren mayor atención. Por ejemplo, la familia puede desear que el
paciente permanezca en el hogar, en un ambiente de apoyo familiar y no en un
hospital. A este respecto, la familia debe insistir para que los médicos y el
personal sanitario colaboren en hacer planes específicos que satisfagan estas
preferencias. La hospitalización puede ser objeto de un rechazo explícito.
Cuando la muerte
es inminente, a veces se intenta probar un último tratamiento y es frecuente
que esto lleve a un deterioro del bienestar del paciente en sus últimos días.
El paciente y su familia deben ser escépticos con respecto a tales
tratamientos. A medida que la muerte se aproxima, el objetivo del tratamiento
debe ser paliativo, es decir, únicamente dirigido a evitar el sufrimiento.
Aceptación de la muerte
Por lo general,
la gente rechaza la idea cuando se les dice que morirán a causa de su enfermedad;
se sienten confusos, inquietos, enojados o tristes y se encierran en sí mismos.
Cuando se superan estos sentimientos, comienzan a prepararse para la muerte, lo
que en ocasiones significa terminar un trabajo de toda la vida, poner en orden
las cosas con la familia y los amigos y aceptar lo inevitable.
Para algunos
pacientes y sus familiares son importantes las cuestiones de orden espiritual y
religioso. El servicio religioso y los asistentes sanitarios forman parte del
equipo terapéutico en algunos hospitales y centros de atención médica, y pueden
facilitar al paciente y a sus familiares la ayuda espiritual apropiada si ellos
no conocen a un sacerdote u otro consejero espiritual.
No es nada fácil
prepararse para una muerte serena y los altibajos emocionales son constantes.
Sin embargo, para la mayoría de las personas es un momento de raciocinio y
crecimiento espiritual. Un paciente moribundo y su familia pueden obtener una
profunda sensación de paz hablando y aclarando antiguos rencores.
Síntomas durante una enfermedad mortal
Muchas
enfermedades mortales producen síntomas similares, como el dolor, el ahogo, los
trastornos gastrointestinales, las lesiones de la piel y el agotamiento.
También pueden manifestarse depresiones, ansiedad, confusión, delirio, pérdida
de conocimiento e invalidez.
1.- Dolor
Existe
un sentimiento generalizado de temor al dolor cuando hay que afrontar la
muerte. Sin embargo, habitualmente el dolor se puede controlar, permitiendo el
estado de consciencia del paciente y que éste se sienta integrado en el mundo
que le rodea y cómodo.
Se
aplican diversos métodos para controlar y aliviar el dolor. La radioterapia es
útil en los dolores provocados por el cáncer. La fisioterapia o los analgésicos
como el paracetamol (acetaminofén) y la aspirina se usan para controlar los
dolores más leves. En algunas personas se alcanza un alivio eficaz con hipnosis
o con biorretroalimentación, que no tienen efectos adversos notables. Aun así,
a menudo se requieren calmantes como la codeína y la morfina. Los sedantes
administrados por vía oral alivian el dolor durante varias horas; los fármacos
más fuertes se administran en inyecciones. Ya que la adicción a los fármacos no
debe constituir ningún problema, se debe administrar una medicación adecuada
desde el principio en lugar de esperar a que el dolor alcance niveles
insoportables. Dado que no existe una dosis habitual, algunos pacientes
necesitarán dosis bajas y otros, dosis mayores.
2.- Ahogo
El
hecho de tener que luchar para respirar es una de las maneras más dolorosas de
vivir o de morir, pero se puede evitar. Existen varios métodos que ayudan a
aliviar la sensación de ahogo; por ejemplo eliminar la acumulación de líquidos,
cambiar de posición al paciente, darle oxígeno suplementario o reducir con
radiaciones o con corticoides un tumor que obstruye las vías respiratorias.
Los
sedantes facilitan la respiración de los pacientes que experimentan un ahogo
leve pero persistente, aun cuando no sientan dolor. La administración de estos
fármacos antes de acostarse puede proporcionar un reposo tranquilo al paciente,
evitando que se levante con frecuencia debido a la sensación de ahogo.
Si
dichos tratamientos no resultan eficaces, la mayoría de los médicos que
trabajan en centros para enfermos terminales están de acuerdo en administrar
una dosis suficiente de sedantes, con el fin de aliviar la sensación de ahogo
del paciente, aunque por ello quede inconsciente. Un paciente que desea evitar
el ahogo al final de su vida debe asegurarse de que el médico tratará este
síntoma por todos los medios, aun cuando dicho tratamiento le deje inconsciente
o pueda de alguna manera acelerar el momento de su muerte.
3.- Trastornos gastrointestinales
Estos
trastornos, que son frecuentes en las personas muy enfermas, incluyen sequedad
de la boca, náuseas, estreñimiento, obstrucción intestinal y pérdida de
apetito. Algunos de estos trastornos son causados por la enfermedad misma
aunque otros, como el estreñimiento, se deban a los efectos secundarios de los
fármacos.
La
boca seca se alivia con gasas mojadas o con caramelos y los labios agrietados
se alivian con varios de los productos disponibles en el mercado. Para prevenir
los problemas dentales se deben cepillar los dientes o se deben usar esponjas
bucales para limpiar tanto los dientes como el interior de la boca y la lengua.
Es recomendable utilizar un enjuague sin alcohol o con una pequeña cantidad, ya
que el alcohol y los productos derivados del petróleo son muy desecantes.
Las
náuseas y los vómitos pueden deberse a los medicamentos, a una obstrucción
intestinal o al propio desarrollo de la enfermedad. Según las circunstancias,
el médico optará por cambiar los fármacos o recetar un antiemético (anti
nauseoso). Así mismo, las náuseas producidas por una obstrucción intestinal se
pueden tratar con antieméticos o también se pueden aplicar otras medidas de
alivio.
El
estreñimiento es un trastorno muy desagradable. La ingestión de poca cantidad
de comida, la falta de actividad física y ciertos fármacos dificultan la
función del intestino con posibilidad de que aparezcan calambres. El uso de
emolientes intestinales, laxantes y enemas alivia el estreñimiento, sobre todo
cuando es el resultado de la administración de sedantes; esta medida de alivio
es habitualmente útil, aun en las fases avanzadas de la enfermedad.
La
intervención quirúrgica es uno de los tratamientos aplicados en caso de
obstrucción intestinal. Sin embargo, según el estado general del paciente, el
tiempo que le quede de vida y la causa de la obstrucción, puede ser preferible
el uso de fármacos para paralizar el intestino, a veces con una sonda
nasogástrica con aspiración para limpiar el estómago. Así mismo los sedantes
alivian el dolor.
La
pérdida de apetito aparece en casi todos los pacientes moribundos. De hecho es
normal, no causa problemas físicos adicionales y probablemente desempeña un
papel preciso en el curso de una agonía tranquila, aunque puede angustiar al
paciente y a su familia. Los pacientes no deben comer a la fuerza, al
contrario, pueden disfrutar comiendo pequeñas cantidades de sus comidas
preferidas.
Si
no se espera una muerte inminente en horas o incluso días, se puede administrar
durante algún tiempo una nutrición o una hidratación adicional (por vía
intravenosa o a través de una sonda introducida por la nariz hasta el
estómago), para ver si una mejor nutrición ofrece al paciente un mayor
bienestar, lucidez mental o más energía. El paciente y la familia deben tener
un acuerdo explícito con el médico sobre qué es lo que están tratando de lograr
con estas medidas y cuándo deben cesar si ya no son útiles.
La
reducción de la comida o del consumo de líquidos no causa sufrimiento. De
hecho, cuando el corazón y los riñones fallan, ingerir una cantidad normal de
líquidos a menudo causa ahogo ya que el líquido se acumula en los pulmones. Un
consumo reducido de alimentos y líquidos puede reducir la necesidad de
aspiraciones debido a la menor cantidad de líquidos en la garganta, y también
puede disminuir el dolor, debido a la menor presión ejercida por los tumores.
También facilita la secreción de mayores cantidades de defensas químicas
naturales contra el dolor (endorfinas). Por lo tanto, no se debe obligar al
paciente a comer ni a beber, sobre todo si para ello se debe recurrir a un
tratamiento intravenoso o a la hospitalización.
4.- Lesiones de la piel
Los
pacientes moribundos son propensos a sufrir lesiones cutáneas molestas. La
escasa movilidad, el guardar cama o estar sentados mucho tiempo, aumentan los
riesgos de lesión; incluso se pueden producir llagas o lesiones en la piel por
la presión normal que se ejerce sobre ella al estar sentado o moverse entre las
sábanas. Se debe prestar mucha atención a la protección de la piel, por ello es
importante que se informe al médico de cualquier enrojecimiento o herida.
5.- Agotamiento
El
agotamiento forma parte de los síntomas de casi todas las enfermedades
mortales. Es recomendable que el paciente trate de ahorrar energías para las
actividades que realmente le importan. Con frecuencia no es esencial
trasladarse hasta el consultorio del médico o continuar con un ejercicio que ya
no es de gran ayuda, sobre todo si esto consume las energías necesarias para
otras actividades que producen mayor satisfacción.
6.- Depresión y ansiedad
La
tristeza es una reacción natural cuando se contempla el final de la vida, pero
no debe confundirse con la depresión. Cuando una persona está deprimida puede
perder el interés por lo que sucede, ver sólo el aspecto triste de la vida o no
sentir emociones. Tanto la familia como el paciente que afronta la fase
terminal deben comunicar al médico tales sensaciones, con el fin de que éste
pueda establecer el diagnóstico de la depresión y aplicar un tratamiento
adecuado. En general el tratamiento combina fármacos y apoyo psicológico y con
frecuencia tiene efectos positivos sobre el bienestar, incluso en las últimas
semanas de vida.
La
ansiedad se caracteriza por una preocupación excesiva que interfiere en las
actividades diarias. La ansiedad causada por el hecho de sentirse mal informado
o agobiado, se puede solucionar solicitando más información o ayuda al equipo
que atiende al paciente. Un individuo que habitualmente sentía ansiedad durante
períodos de estrés, tiene más probabilidades de sentir ansiedad cuando se
aproxima la muerte. En este caso pueden ser útiles los tratamientos aplicados
anteriormente para aliviar los efectos de la ansiedad, ya sea la administración
de fármacos o la canalización de las inquietudes del paciente hacia tareas
productivas. Un paciente moribundo, turbado por la ansiedad, debe recibir apoyo
psicológico y tratamiento farmacológico con ansiolíticos.
7.- Confusión, delirio y pérdida de
consciencia
Es
fácil que un paciente muy enfermo se vuelva confuso. Un fármaco, una infección
menor e incluso un cambio en la manera de vivir pueden precipitar la confusión.
Este estado se puede aliviar procurando tranquilizar y orientar al paciente.
Sin embargo, se debe advertir al médico de tal circunstancia para que pueda
diagnosticar y tratar las causas de la confusión. Un paciente muy confuso puede
necesitar la administración de un sedante suave o la atención constante de
algún miembro del personal sanitario.
Una
persona moribunda con delirios o que se encuentre mentalmente incapacitada no
entenderá su estado agónico. Cuando la muerte está próxima, una persona con
delirios puede tener a veces sorprendentes períodos de lucidez. Estos episodios
pueden ser muy importantes para los miembros de la familia, pero a veces se confunden
con una mejoría. La familia debe estar preparada por si se presentan estos
episodios, pero no debe confiar en que aparezcan.
Durante
los últimos días que preceden a la muerte, alrededor de la mitad de las
personas están inconscientes la mayor parte del tiempo. Si los miembros de la
familia creen que una persona moribunda e inconsciente todavía puede oír, se
pueden despedir de ella como si les oyera. Morir en estado de inconsciencia es
una forma serena de hacerlo, sobre todo si el paciente y su familia están en
paz y ya se han elaborado todos los planes.
8.- Invalidez
Las
enfermedades mortales se asocian con frecuencia a la invalidez progresiva.
Gradualmente, el individuo se vuelve incapaz de ocuparse de su vivienda, de
preparar la comida, de gestionar los asuntos financieros, de andar o de
cuidarse a sí mismo. La mayoría de los pacientes moribundos necesitan ayuda en
sus últimas semanas de vida. Esta invalidez se debería prever con anticipación,
tal vez eligiendo casas con accesos para sillas de ruedas y cercanas a las de
los familiares que le puedan ofrecer sus cuidados. Aun cuando evolucione la
invalidez, existen ciertos servicios que facilitan la permanencia del enfermo
en casa, como la terapia ocupacional o la fisioterapia y los cuidados a
domicilio por parte de enfermeros. Algunos pacientes eligen quedarse en su casa
incluso sabiendo que es peligroso, ya que prefieren una muerte prematura a ser
internados en un centro hospitalario.
Cuando la muerte es inminente
Ante la
perspectiva de morir en un futuro inmediato surgen preguntas acerca del origen
y el significado de la vida y las razones por las cuales se sufre y se muere.
No hay respuestas fáciles a estas preguntas fundamentales. Los pacientes y sus
familias han de responder a sus inquietudes a partir de sus propios recursos,
la religión, el apoyo psicológico y ético, y los amigos. Pueden hablar y
participar en actos religiosos o familiares, o tomar parte en actividades que
tengan un significado para ellos. A veces, sentirse querido por otra persona es
el antídoto más importante contra la desesperación cuando la muerte se
aproxima. No se deben descuidar los aspectos de mayor significación y la
importancia de las relaciones humanas, aunque sean muchos los diagnósticos
médicos y los tratamientos que se deban aplicar.
En general, es
muy difícil predecir el momento exacto de la muerte. Se debe aconsejar a los
familiares que no insistan para obtener un pronóstico exacto ni confíen en los
que puedan recibir. Los pacientes muy frágiles a veces viven algunos días,
muchos más de lo que cabría esperar, en cambio, otros mueren rápidamente. Si el
enfermo solicita la compañía de alguien en particular para el momento de la
muerte, se deben tomar las medidas necesarias para que esa persona esté cerca
durante un tiempo indefinido.
A menudo aparecen
signos característicos de la inminencia de la muerte. La consciencia empieza a
disminuir, los miembros se enfrían y toman un tinte azulado o con manchas y la
frecuencia respiratoria es irregular.
Las secreciones o
el relajamiento de los músculos de la garganta provocan en ocasiones una respiración
ruidosa, denominada estertor de muerte, que se puede evitar en parte cambiando
de posición al paciente o usando medicamentos para secar las secreciones. Dicho
tratamiento tiene como objetivo el bienestar de la familia o de los asistentes,
ya que la respiración ruidosa aparece cuando el paciente ya no la percibe. Este
tipo de respiración puede durar horas.
En el momento de
la muerte puede ocurrir que algunos músculos se contraigan y que el pecho
exhale un suspiro. El corazón puede todavía latir minutos después de
interrumpirse la respiración y puede producirse una breve convulsión. A menos
que el moribundo tenga una rara enfermedad infecciosa, se debe asegurar a los
miembros de la familia que pueden tocarlo, acariciarlo y abrazarlo aun durante
unos momentos después de su muerte. Por lo general, observar al fallecido
después de la muerte es una ayuda para los más allegados porque les permite
combatir el miedo irracional a que no haya muerto realmente.
Después del fallecimiento
Normalmente un
médico, confirma la muerte y especifica sus causas y circunstancias. La manera
de cumplir con estos requisitos cambia sustancialmente según el país. Si el
enfermo decide morir en su domicilio, la familia debe saber con anticipación
qué esperar y qué hacer. En general, cuando un enfermo está en un centro
hospitalario, son las enfermeras las que dan todas las explicaciones. Si por
alguna razón se debe llamar a la policía u otras autoridades públicas, se les
debe comunicar de forma anticipada que la persona se está muriendo en su
domicilio y que se está esperando el desenlace. Los programas de los centros de
cuidado a domicilio y de cuidados paliativos se encargan de prevenir a las
autoridades para así ahorrarle a la familia situaciones penosas. En cambio si
la familia no tiene relación con ninguna de estas instituciones, debe solicitar
al médico o a la funeraria las indicaciones sobre lo que debe hacerse en estos
casos.
A menudo se
subestima la necesidad de un certificado de defunción, pero es necesario para
realizar reclamaciones a la compañía de seguros, para obtener el acceso a las
cuentas financieras o transferir los títulos de propiedad del difunto y para
establecer la herencia. La familia debe procurarse un número suficiente de
copias.
En general, los
familiares son reacios a pedir o a aceptar una autopsia. Sin embargo, aunque
ésta ya no ayudará al fallecido, sí puede ayudar a la familia y a otros
parientes que tengan la misma enfermedad, debido a que puede aumentar el
conocimiento sobre el proceso que causó el fallecimiento.
Efecto sobre la familia
La familia y los
amigos más íntimos son "compañeros de viaje" y también sufren. Cuando
la muerte está próxima, se debe explicar a los familiares lo que está
sucediendo y lo que probablemente sucederá a continuación.
También es
importante tener en cuenta las consecuencias de la muerte de un familiar. Los
miembros de la familia, a menudo las mujeres adultas o de edad avanzada,
brindan en forma desinteresada la mayor parte de la atención necesaria en los
últimos momentos. Para que esta situación sea más llevadera, han de tener
información sobre la ayuda que proporcionan los asistentes profesionales.
Además, no hay que olvidar los costes que suponen el hecho de abandonar el
empleo y también el consumo de fármacos, la atención a domicilio y los
desplazamientos.
Un estudio ha
demostrado que un tercio de las familias gasta la mayor parte de sus ahorros en
sufragar los cuidados que necesita un enfermo grave. La familia debe hablar
abiertamente con el médico sobre los costes, insistiendo en una buena relación
coste-atención, y planificar con anticipación los límites económicos que no se
puedan sobrepasar.
La familia y los
seres queridos comienzan a afligirse aun antes de la muerte. Cómo rehacer una
vida después de un fallecimiento depende del tipo de relación que se tenía con
el difunto, de su edad, de cómo falleció y de los recursos que quedan
disponibles, ya sean de orden afectivo o financiero. Además, la familia
necesita estar segura de haber hecho todo lo que se podía hacer. Para aclarar
las dudas que se tengan al respecto, puede ser útil hablar con el médico
algunas semanas después del fallecimiento.
Con el tiempo se
supera la soledad, la desorientación y mejora la sensación de irrealidad
experimentada durante el período cercano a la muerte, pero el sentimiento de
pérdida permanece. La gente no se sobrepone a este hecho pero llegan a
aceptarlo y a seguir con su vida.
La familia debe
establecer la herencia después del fallecimiento. Sin embargo, cuando la muerte
es inminente, resulta difícil discutir con el enfermo sobre las propiedades y
la sucesión. Pero es necesario hacerlo porque a veces pone de manifiesto
cuestiones o problemas que el mismo paciente puede resolver o bien solventar
con una firma antes del fallecimiento.
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