LA ENFERMEDAD DE JULIO CÉSAR
LA
ENFERMEDAD DE JULIO CÉSAR
La
enfermedad fue calificada por los hombres en la antigüedad hasta no hace mucho,
como un castigo divino. La Medicina no fue otra cosa durante miles de años que
la búsqueda de una intercesión entre la divinidad y el hombre. Pero si las
enfermedades tenían un origen divino, sólo una ha sido calificada como
enfermedad sagrada: la epilepsia.
La
epilepsia no es una patología única, sino un conjunto de enfermedades
caracterizadas toda ellas por la aparición brusca en el individuo de
manifestaciones motoras -convulsiones, espasmos, etc.-, sensitivas
-alucinaciones ópticas, auditivas, táctiles, etc.- o mixtas, acompañadas frecuentemente
de otros fenómenos orgánicos -emisión de espuma por la boca, micción
involuntaria, sudoración, etc.- y en no pocas ocasiones de pérdida de
conciencia. La causa común se encuentra en la descarga paroxística e
incontrolada de energía eléctrica por las células del sistema nervioso central.
Como
cada parte del cerebro tiene una función determinada -aunque muchas veces nos
sea todavía desconocida- la descarga en un punto u otro se manifestará de
distinto modo. La práctica del electroencefalograma permite casi siempre
detectar esas anomalías y su localización. Cada tipo de epilepsia tiene su
tratamiento específico y hoy día se consigue controlar la mayor parte de las
crisis por lo que los pacientes pueden desarrollar una actividad absolutamente
normal, algo que les estuvo vedado hasta el descubrimiento, al poco tiempo de
comenzar el siglo XX, de los barbitúricos, los primeros fármacos que
demostraron tener acción antiepiléptica.
La
simple descripción de una crisis de gran mal es lo suficientemente ilustrativa
para comprender que quien asiste a una de éstas quedará intensamente
impresionado y no lo olvidará mientras viva. Ahora podemos imaginar lo que
sentirían en la antigüedad los hombres y mujeres que desconocían por completo
el origen orgánico de la enfermedad y no podían ni soñar con su control
mediante unos comprimidos tomados a las horas de comer. Lo imprevisible de su
aparición, la espectacularidad de su sintomatología, el mismo hecho de que el
sujeto no recuerde lo que le ha pasado, como si hubiera permanecido fuera de la
realidad, transportado a otro mundo; todo ello unido a que en un gran
porcentaje de los casos las personas epilépticas demuestran poseer una
inteligencia superior a las normales -sin que la ciencia moderna haya sabido tampoco
explicar esta circunstancia-, tuvo que hacer que se les considerase como seres
muy especiales, pertenecientes a otra "dimensión" y, por tanto,
"sagrados".
La
historia nos refiere varios casos de epilépticos entre los personajes célebres
que llenan sus páginas. Su enfermedad no figura en lugar destacado de sus
biografías, todo lo más como dato anecdótico, y, sin embargo, vamos a conocer a
algunos en los que pudo tener mayor trascendencia de la que a primera vista
parece.
Los ataques de Julio César
Como
afectado de gran mal debemos considerar a Julio César. Todos sus biógrafos nos
dejan constancia de los ataques que sufría durante los cuales se quedaba junto
a él sólo un esclavo griego que le atendía solícito desde su juventud; todas
las demás personas debían ausentarse respetuosamente porque César no hubiese
permitido jamás ser convertido en espectáculo. En las jornadas previas a
algunas de sus grandes batallas sufrió crisis convulsivas en su tienda de
campaña y llegó a decirse que durante las mismas recibía la inspiración para el
desarrollo bélico que siempre le condujo de triunfo en triunfo. Al llegar a
Egipto en persecución de su enemigo Pompeyo conoció a Cleopatra y la relación
amorosa y política entre estas dos personalidades tan singulares pudo cambiar
la historia del mundo. Lo que ahora me interesa relatar es la influencia que la
epilepsia de César pudo tener en el establecimiento de aquella relación.
Se
cuenta que Cleopatra asistió a escondidas a alguna crisis y mandó llamar a los
mejores médicos egipcios que había en la corte de Alejandría. Estos médicos,
poseedores y practicantes del amplísimo bagaje de saberes acumulado durante dos
mil años en el país de los faraones, debían tener conocimientos para tratar
aquella enfermedad que aquejaba al ilustre huésped de su reina. Los médicos de
Cleopatra, en efecto, proporcionaron a ésta algún remedio que ella se apresuró
a entregar a César aun a riesgo de tener que reconocer que había presenciado
sus ataques. Aquel obsequio ayudó a que se entablara una relación más cordial
entre ambos que fructificó en todos los extraordinarios sucesos que nos enseñan
los libros de Historia.
Durante
los siglos medievales muchos epilépticos fueron considerados, más que como
seres en directa relación con la divinidad, como posesos del demonio y
sometidos en consecuencia a exorcismos y a otras prácticas menos espirituales
para conseguir que el maligno abandonase sus atormentados cuerpos. En otras
ocasiones se les incluía en el censo de los locos y pasaban a nutrir las lóbregas
instituciones que en esa época se ocupaban de mantener a los enajenados fuera
del contacto con el resto de la sociedad. Uno de los primeros beneficios que
reportó el nuevo concepto de enfermedades mentales surgido en el siglo XIX fue
el de separar de éstas a la epilepsia y clasificarla como una dolencia del
sistema nervioso absolutamente distinta de cualquier forma de locura.
Autor:
Dr. José Ignacio de Arana Amurrio
Profesor
de la Facultad de Medicina. Universidad Complutense de Madrid.
Fuente:
El Médico Interactivo
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