ANOREXIA Y BULIMIA. PERCY ZAPATA MENDO.

ANOREXIA Y BULIMIA
Se estima que uno de cada doscientos adolescentes pa­dece anorexia, y que nueve de cada diez son mujeres. Estos datos epidemiológicos, que coinciden también con los de la bulimia, nos propor­cionan ya algunas claves de la en­fermedad. En efecto, es la búsque­da obsesiva de la delgadez, actual modelo sobre todo de belleza fe­menina, lo que desencadena las nocivas consecuencias de este trastorno. Las perso­nas anoréxicas soportan estoicamente el hambre y con fre­cuencia acaban des­nutridas, practican ejercicio desaforada­mente y abusan de la­xantes y diuréticos. Así, llegan a perder rápi­damente más del quince por ciento de su peso y sufren interrupciones de la menstruación.
Este temor exagerado a engordar es lo que ha movido a algunos auto­res a describir la anorexia como una fobia a la comida. Pero, según pa­rece, esto es más bien una de sus múltiples con­secuencias. Tal vez la característica más sorpren­dente de esta enferme­dad sea la distorsionada imagen que tienen las anoréxicas de su propio cuerpo. Se sienten y se ven gordas aunque de hecho presenten un es­tado caquéctico es de­cir, exageradamente del­gado, y se niegan obsti­nadamente a mantener el peso adecuado a su estatura y edad.
También influyen de­terminados factores so­ciales y familiares. Bajo una aparente ausencia de conflictos en las fami­lias de las anoréxicas se suele ocultar, con fre­cuencia, un importante problema de comunicación con la madre. Por regla general, a las jó­venes afectadas les resulta difícil expresar emociones y deseos, y son consideradas por sus padres como niñas buenas que nunca cau­san problemas. Así, suelen referir­se exclusivamente al síntoma de la pérdida de peso. De hecho, en la mayor parte de los casos, son jóve­nes inteligentes, aparentemente bien adaptadas, buenas estudian­tes y perfeccionistas en todas las áreas de la vida. Sin embargo, tie­nen una baja autoestima y necesi­tan continuamente la aprobación de los demás.
Su preocupación por todo lo re­lacionado con la alimentación es constante; saben perfectamente cuántas calorías tienen cada alimen­to y dedican mucho tiempo a pre­parar platos para otros, aunque ellas mismas se niegan a comer, in­sistiendo en que están llenas.
Los especialistas coinciden en señalar que la llegada de la puber­tad es el desencadenante de la anorexia; no se acepta el desarrollo del cuerpo con formas de mujer y se tiene una actitud de rechazo hacia la sexualidad.
"Atracones" repetidos
En el otro extremo, la bulimia se caracteriza por episodios recurren­tes de "atracones" en períodos de tiempo que no suelen durar más de dos horas, pero que, en casos es­peciales, pueden extenderse a lo largo de diez o doce horas. Estos enfermos pierden el control sobre la ingesta de comida y no son ca­paces de contenerse. Para evitar el lógico aumento de peso, los bulímicos acostumbran a provocarse vómitos, abusan de laxantes y diu­réticos y adopta regímenes estric­tos o, simplemente, ayunan. Tam­bién suelen recurrir al ejercicio en muchas ocasiones para eliminar el exceso de calorías ingerido. En cualquier caso, para que se diag­nostique bulimia debe verificarse un promedio mínimo de dos "atra­cones" por semana durante al me­nos tres meses. Al igual que las per­sonas anoréxicas, las bulímicas muestran una preocupación exce­siva por la figura y el peso, pero éstas suelen comer a escondidas.
El entorno familiar de las bulí­micas se caracteriza también por una falta de compromiso ante los conflictos y las tensiones. La comunicación entre sus miem­bros se hace indirectamente, y los padres tienden a transmitir mensa­jes contradictorios, sobre todo en lo referente a cuestiones de domi­nio e independencia. Comparando las relaciones familiares de las pa­cientes anoréxicas y bulímicas, las de estas últimas son más conflictivas, existe una menor cohesión, así como peores lazos afectivos con los padres y una comunicación precaria.
Los datos epidemiológicos in­dican que la bulimia afecta es­pecialmente a mujeres de raza blanca con edades comprendidas entre los 15 y los 20 años, de clase social media alta, con estudios uni­versitarios y habitante de centros urbanos. En cuanto al perfil psicológico, estas enfermas suelen ser personas con una marcada inestabilidad emocional y una clara tendencia a la depresión. Asimis­mo, adolecen de falta de control sobre su cuerpo, baja autoestima y mala imagen de sí mismas. Son muy sensibles al rechazo y a menu­do se sienten incómodas e insegu­ras en el ámbito social. Poseen, no obstante, elevadas expectativas de sí mismas, lo que les lleva a tener constantes sensaciones de culpa y vergüenza, así como a ser excesi­vamente autocríticas a consecuen­cia de la inadaptación entre lo que son y lo que "deberían ser".

Perder el control
La persona que come de forma compulsiva es incapaz de controlar la ingesta de comida e intenta repetidamente perder peso si­guiendo un régimen, aunque a la postre lo recupera con creces. Estas fluctuaciones en el peso se suelen acom­pañar de complicaciones médicas, como hipertensión e incluso diabetes. La consecuencia de ello es la obesidad, con­cepto ajeno a factores psicológicos, pero estre­chamente vinculado al comer compulsivo. Este tras-tomo, que a menudo condu­ce al llamado síndrome "yo-yo" -un círculo vicioso entre adelgazar y engor­dar repetidamen­te-, no está registrado en el DSM III-R (Diagnostic Stadistical Manual Mental Disordes), una clasifica­ción diagnóstica estandarizada de las en­fermedades mentales, pero, de hecho, entraña múltiples elementos psicológicos, entre los que destaca la ansiedad.
Tras esta respuesta comporta-mental se esconde, obviamente, un conflicto psíquico: en estas per­sonas la ansiedad puede manifes­tarse en forma de ganas compulsi­vas de comer. Es posible, por tan­to, no experimentar ansiedad, sino hambre, para saciar la cual comen sin saborear, como si les fueran a quitar la comida. Este comporta­miento se puede dar incluso inme­diatamente después de comer.
Puesto que los afectados aca­ban siendo conscientes de su trastorno, generalmente acusan tam­bién sentimientos de culpa, lo que empeora su situación.
Pero la ansiedad no es la única consecuencia psicológica del co­mer compulsivo. Estas personas to­leran mal la frustración y, como la comida está siempre a mano, les cuesta renunciar a su ingesta des­mesurada. Tienen dificultad para expresar la rabia y reprimen sus im­pulsos agresivos. De ahí el mito de los gordos felices. Presentan, ade­más, rasgos de perfeccionismo, lo que les lleva a actitudes extre­mas: o acatan un régimen estricto o se abandonan totalmente. Cuan­do se salen de la dieta de adelgaza­miento, pierden el control y vuelven a engordar.
Los expertos denominan "ham­bre psicológica" a la que no res­ponde a razones fisiológicas. Ex­presiones como cuando discuto con mi marido, me da por comer», cuan­do me aburro, me voy a la nevera o cuando estoy triste, tengo ganas de dulce, revelan un modo pecu­liar de relacionarse con el mundo a través de la comida. En este caso, la comida sería una solución exter­na a un conflicto interno, una espe­cie de anestesia emocional.

Alimentación y afecto
La alimentación es unos de los primeros contactos que el ser hu­mano establece con el mundo ex­terior. En términos psicoanalíticos, se dice que el niño otorga uno u otro valor al alimento según sea el contacto con el pecho de la madre o el biberón. No es lo mismo la ma­dre que da el pecho o el biberón al pequeño en un ambiente tranquilo y cariñoso, que la que lo hace mi­rando la televisión. En el primer caso se satisface tanto la necesi­dad de alimento como la de afecto. Asimismo se puede distinguir entre la "madre nutricia" y la "madre ansiosa". La primera percibe las necesidades de su bebé y le da de comer cuando tiene hambre, le abriga cuando tiene frío y le acurruca cuando se siente so­lo. La "madre ansiosa", en cambio, no sabe diferenciar el llanto del be­bé por hambre o por otro motivo y le alimenta de forma sistemática, sean cuales sean sus necesidades. Así, cree calmar el hambre del pe­queño, cuando lo que en realidad apacigua es su propia angustia ante el llanto. Este tipo de relación es un perfecto caldo de cultivo para un futuro trastorno alimentario.
Estos entrañan siempre motivos de sufrimiento. Uno de ellos es la baja autoestima; el individuo afec­tado se rechaza a sí mismo y da por supuesto que tampoco le quieren los demás. Estos enfermos sopor­tan mal su soledad, y con frecuen­cia son invadiros por sentimientos de culpa y de vergüenza, lo que les impide expresar sus preocupaciones. Otra fuente de dolor es la mala imagen que tie­nen de sí mismos; no están confor­mes con su cuerpo e intentan mol­dearlo continuamente sin quedar nunca satisfechos. Su férrea de­pendencia del entorno social les hace muy susceptibles al rechazo, ya sea real o imaginario, y es fre­cuente que se sientan desprecia­dos. Sus sueños de grandeza, aje­nos a la realidad, son fuente inevi­table de frustraciones. En definiti­va, detrás de muchos trastornos alimentarios se oculta una depre­sión enmascarada, río es de extra­ñar, por tanto, que se obtengan buenos resultados clínicos admi­nistrando psicofármacos, concreta­mente antidepresivos.
La delgadez, "un premio"
Pero, sin duda, a la base de estos trastornos descansa un compendió de valores socialmente  aceptados. Hoy en día se premia sobremanera la delgadez; la publi­cidad recurre insistentemente a cuerpos esbeltos y estabilizados para atraer a los compradores, y un constante bombardeo de mensajes erotizantes anuncia que con un cuerpo perfecto se puede alcanzar cualquier cosa. A la vez se invita continuamente a consumir para satisfacer el hambre fisiológica o i psíquica. No es, pues, difícil encontrar personas de éxito entre I estos enfermos. Los desaparecidos cantantes John Lennon y  Karen Carpenter, o las gimnastas olímpicas Nadia Comaneci y Marta Bobo, son conocidos ejem­plos de enfermos anoréxicos; la actriz Jane Fonda y la princesa Diana de Gales -Lady Di- han padecido también bulimia. Pero, claro está, la lista es mucho mayor, y las consecuencias de estos tras­tornos, a veces, irreversibles.
COMO IDENTIFICAR UN TRASTORNO ALIMENTARIO
La señal más visible es una pérdida o un aumento notable de peso en poco tiempo.
Estas personas están constantemente preocupadas por todo lo relacionado con la alimentación.
Abusan de laxantes y diuréticos.
Realizan ejercicio físico de manera desmesurada.
Son frecuentes las conductas raras a la hora de comer: desmenuzar mucho los alimentos, comer del plato de otro, esconderse la comida en los bolsillos, masticar y escupir la comida, mentir acerca de las cantidades ingeridas, realizar algún ritual, comer muy despacio o muy deprisa, comer a escondidas, reponer los alimentos que se han comido para que los familiares no se den cuenta, pasar un tiempo en el cuarto de baño nada más comer.
A veces se pueden observar callos o heridas en el dorso de la mano como consecuencia de los vómitos provocados.
A menudo se quejan de su gordura, cuando la realidad evidencia todo lo contrario.
Los trastornos alimentarios son una enfermedad psíquica con consecuencias físicas y, por tanto no son cuestión de fuerza de voluntad ni de debilidad de carácter. Los expertos recomiendan no forzar nunca a los hijos a comer y acudir al especialista cuando aparezcan estos síntomas.

Referencia: Monserrat Lapastora Y Peggy Gilbert

Comentarios

  1. excelente Dr. he leido sobre el algoritmo que permite diagnosticar mejor al paciente con anorexia o bulimia que hay de cierto en esto

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