EL PALUDISMO. PERCY ZAPATA MENDO.
PALUDISMO
Los estragos de la malaria han pasado desapercibidos para la comunidad internacional hasta el momento en que los turistas se empezaron a entusiasmar por el exotismo de países africanos, asiáticos y de América del Sur, donde la enfermedad tiene un alto índice de mortalidad. Pero si estos destinos pueden llegar a convertirse en una trampa mortal para el viajero, mayor aun de no adoptarse medidas preventivas- es el peligro que sufren las poblaciones que habitan estas zonas endémicas y que están expuestas a la enfermedad a lo largo de toda su vida.
Datos aterradores
La malaria sigue siendo el terrible azote que aniquila a las poblaciones del Tercer Mundo y, por tanto, objetivo prioritario de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que registra datos escalofriantes. El sur del Sahara africano padece el 80 por ciento de los casos de malaria que existen en el mundo: más de cien millones de enfermos de malaria y más de un millón de muertes al año.
En algunos países endémicos de Asia y América del Sur, hubo un intento de erradicación hace unos 30-45 años. Hoy, la malaria renace allí con ímpetu. Se registran unos cinco millones de casos al año, el 80 por ciento de los cuales se concentran en Asia, donde, con excepción de China, la situación ha ido empeorando, sobre todo en Indonesia, debido a la resistencia del parásito a los fármacos que se han utilizado tradicionalmente.
En algunos países endémicos de Asia y América del Sur, hubo un intento de erradicación hace unos 30-45 años. Hoy, la malaria renace allí con ímpetu. Se registran unos cinco millones de casos al año, el 80 por ciento de los cuales se concentran en Asia, donde, con excepción de China, la situación ha ido empeorando, sobre todo en Indonesia, debido a la resistencia del parásito a los fármacos que se han utilizado tradicionalmente.
Aunque la mayoría de las poblaciones de Asia y América del Sur viven, en la actualidad, en áreas en las que el riesgo de malaria es relativamente bajo, éste aumenta en las regiones fronterizas, donde se producen movimientos migratorios de la población más desfavorecida y se carece de una infraestructura sanitaria, así como en países afectados por conflictos sociales, como es el caso de Afganistán y Camboya, donde, de otro modo, la malaria estaría bajo control.
Picadura fulminante
Sólo la hembra pica al hombre y transmite la malaria. Lo hace cuando oscurece, y la víctima, con toda probabilidad, no sentirá su presencia, pues, al mismo tiempo que pica, inyecta unas gotas de saliva que actúan como anestésico. Es justamente esta saliva la que contiene cientos de parásitos microscópicos que se han multiplicado en el intestino del insecto durante dos semanas desde que hubo picado a otra víctima infectada por malaria.
Los Plasmodium introducidos se "esconden" directamente en el hígado de la víctima, donde crecen durante dos o tres semanas, sin que ésta repare en su presencia. Al final del período de incubación, las células infectadas del hígado se rompen y liberan un importante número de parásitos en la sangre que invaden los glóbulos rojos. En ese momento tiene lugar la fiebre típica de la malaria. Tras un par de días, éstos estallan de nuevo, liberando a su vez más parásitos en la sangre, y así sucesivamente, produciendo fiebre de forma cíclica.
Si entonces otro mosquito "sano" succiona sangre de la persona infectada, se contagia y convierte en transmisor de la enfermedad. El parásito se reproduce tan rápidamente que acaba obstruyendo los capilares cerebrales y, de este modo, desencadena la fase más grave de la enfermedad.
Pero, la malaria no siempre se presenta con la misma severidad, depende de la especie del parásito y del grado de inmunidad de la persona infectada. Las poblaciones repetidamente expuestas a la enfermedad suelen desarrollar, con el tiempo, cierta inmunidad. Las consecuencias de la malaria pueden ser mortales cuando no ha habido aún un primer contacto con la enfermedad y no se ha adquirido, por tanto, una inmunidad previa.
Por esta razón, en África, zona fuertemente endémica, existe una gran mortalidad infantil producida por la malaria -uno de cada 20 niños de entre seis meses y cuatro-. Después de este contacto con la malaria, y hasta los 15 o 20 años, la enfermedad no ataca con tanta virulencia como para provocar la muerte. A partir de esta edad, el hombre puede ser portador de los parásitos sin padecer sus síntomas. Por tanto, las poblaciones de estas zonas endémicas son susceptibles de reinfectarse más de una vez y, ocasionalmente, morir.
Este primer contacto con la malaria es el peligro al que están expuestos los viajeros que, además, están más indefensos. Una sola picadura, durante una corta estancia de pocas horas a las áreas endémicas, basta para infectarse. El riesgo aumenta en los medios rurales, aunque también puede ocurrir en los arrabales de las ciudades. Si el viajero sufre la desafortunada picadura del mosquito al final de su viaje, es frecuente que los síntomas aparezcan varias semanas después de haber regresado a su país de origen.
La historia de la lucha contra la malaria ha demostrado que las epidemias más significativas han ocurrido en países en los que, una vez erradicada la enfermedad, ésta reaparece con mayor virulencia atacando a estas poblaciones que han perdido la inmunidad y en las que, igualmente, han caído en desuso los métodos de prevención.
Enfermedad de importación y exportación.
Los primeros pasos para erradicar la malaria se dieron con el uso masivo del insecticida DDT. En realidad, esta medida nunca fue viable. Las limitaciones presupuestarias, la inestabilidad política y la resistencia al insecticida, no sólo hicieron perder la batalla, sino que, además, propiciaron el desarrollo del parásito, perfectamente capacitado para aprovechar las condiciones ambientales favorables. Desde aquel primer intento, los esfuerzos se centraron en controlar la morbilidad, sin que los resultados sean demasiado halagüeños.
Sin haber desaparecido de la faz de la Tierra, la malaria ha movilizado muchos esfuerzos científicos, y actualmente se dispone de recursos para salvar a los enfermos o evitar el contagio allí donde alcanza su radio de acción sanitaria.
Si durante décadas el freno fue la cloroquina, el parásito empezó a demostrar su habilidad para adaptarse a las nuevas drogas en 1960, cuando la aquélla empezó a perder su fuerza. En la actualidad, la resistencia es del orden del 80 por ciento en algunos países de Asia, del 40 al 50 por ciento en muchos países de África, y entre el 40 y 80 por ciento en algunas regiones de América del Sur.
Si durante décadas el freno fue la cloroquina, el parásito empezó a demostrar su habilidad para adaptarse a las nuevas drogas en 1960, cuando la aquélla empezó a perder su fuerza. En la actualidad, la resistencia es del orden del 80 por ciento en algunos países de Asia, del 40 al 50 por ciento en muchos países de África, y entre el 40 y 80 por ciento en algunas regiones de América del Sur.
Desde que se averiguó que la cloroquina resultaba insuficiente, se han investigado otros fármacos con objeto de tratar la malaria: sulfadoxina-pirimetamina (Fansidar®), en los años 70; mefloquina (Lariam®), en los 80; y en los 90, halofantrine (Halfan®).
Parásitos más resistentes
A pesar de todos los esfuerzos científicos, el parásito -como ocurre con los seres humanos- no se da por vencido y lucha por su supervivencia, habituándose a los nuevos fármacos tan deprisa como éstos se desarrollan. Adquiere su resistencia cuando tropieza con un fármaco que no es lo suficientemente potente para aniquilarlo. Esto ocurre cuando la persona que se halla en peligro de ser infectada abandona el tratamiento profiláctico o cuando los fármacos se utilizan indiscriminadamente.
Aunque la eficacia de la profilaxis, o prevención, no es ni mucho menos total, sí consigue mitigar la gravedad de la enfermedad en caso de contraerla.
No obstante, existen estrategias conjuntas para controlar al mosquito y llevar a cabo una protección individual o colectiva: pulverizar las casas con insecticidas, protegerse con ropa, utilizar repelentes, colocar mallas protectoras en las ventanas de las casas y protegerse en la cama con mosquiteras impregnadas con insecticidas que contengan piretoides.
Un horizonte esperanzador
Lo más novedoso, la esperanza más reciente, en la lucha contra la malaria en las zonas endémicas ha venido de Colombia. Se trata de la vacuna desarrollada por el profesor Manuel Elkin Patarroyo, denominada SPf66, que constituye la primera vacuna obtenida por síntesis química y la primera también contra la malaria. Es éste un descubrimiento crucial que ha tenido una destacable colaboración de los científicos españoles del CSIC, Carlos Alonso, Manuel Carlos López y Pedro Alonso. Los resultados de esta primera vacuna demuestran que tiene una protección entre el 40 y el 77 por ciento.
Las medidas profilácticas y los métodos para evitar la picadura del mosquito son las únicas alternativas que sigue teniendo el viajero, puesto que la vacuna del profesor Patarroyo no es compatible con la falta de inmunidad que padece el viajero.
No obstante, quizá en un futuro no muy lejano estén disponibles las llamadas vacunas preeritrocíticas, que actualmente está investigando el ejército americano. Estas vacunas, que son de corta duración y requieren una revacunación cada seis meses, atacan a la malaria en la primera fase e impiden, de este modo, la instauración de la enfermedad en el ser humano.
Referencia: Susana Ruiz – Capillas
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