LA INSOLACION. PERCY ZAPATA MENDO.

LA INSOLACIÓN
Cuando sometemos a nuestro cuerpo a una temperatura más alta,  bien porque llega el  calor, bien porque nos desplazamos a una zona más cálida, éste no se encuentra al principio en condiciones de soportar el calor. Precisa de un período de aclimata­ción de entre cuatro y siete días, durante el cual el orga­nismo modifica progresiva­mente su funcionamiento -sobre todo en lo que al sis­tema circulatorio y a la regu­lación de líquidos se refiere para adaptarse a la nueva temperatura.
Sangre y sudor
Además de una serie de cam­bios hormonales y cardiovas­culares, existen dos fenóme­nos más evidentes utilizados con objeto de eliminar el ca­lor excesivo: el sudor  y la dila­tación de los vasos sanguí­neos de la piel, que se llenan de sangre y permiten que ésta se "ventile".
Es en este período de acli­matación -sobre todo si las temperaturas superan los 32°C y la humedad ambien­tal excede el 60 por ciento- cuando el cuerpo humano corre más riesgo de sufrir el trastorno denominado "inso­lación", o agotamiento por calor. Esta alteración se debe, por lo general, a la ex­posición directa y excesiva al sol -de ahí su nombre-, aun­que también puede aparecer si permanecemos en un lugar excesivamente caluro­so, aun cuando no nos dé el sol directamente. En estas circunstancias, el organismo experimenta un calentamien­to brusco e intenta compen­sarlo rápidamente sirviéndo­se de diversos recursos: el sudor, la vasodilatación de la piel, la respiración rápida y el impulso a alejarse del calor. Si estos mecanismos no son lo suficientemente eficaces cuando se está mal aclima­tado o deshidratado, por ejemplo, pueden empezar a ser afectados otros órganos, más sensibles al calor, como es el caso del cerebro o del aparato digestivo.
La persona afectada por la insolación empieza entonces a notar una sensación de cansancio y debilidad, y poco después se empieza a sentir­se nervioso, sin apetito y con cada vez mas sed. Probable­mente experimente cefaleas y náuseas y hasta ganas de vomitar o defecar. Se mos­trará inquieto, en ocasiones confuso e incoherente y su respiración se tomará rápida y superficial. En mu­chos casos, el paciente sufre un colapso y pierde la con­ciencia durante segundos o minutos. Entonces, la piel ad­quiere un color pálido ceni­ciento y se vuelve fría y húme­da, mientras la tensión des­ciende y el pulso se acelera.
El tratamiento de la insola­ción es muy sencillo. En pri­mer lugar, hay que llevar al afectado a un lugar fresco, tumbarle y darle de beber agua y zumos -que apor­tan sodio y potasio-. Por lo general, esto es suficiente, y sólo son precisas unas cuantas horas para lograr la plena recuperación. En algunos casos aislados, o en personas debilitadas, puede ser preciso reponer la pérdida de líquidos utili­zando sueros intravenosos.
El golpe de calor
El efecto más extremo del calor no suele deberse a la exposición directa al sol, si­no a temperaturas altas en lu­gares pocos ventilados. Es el llamado "golpe de calor", una situación médica extre­madamente urgente y grave.
Aunque en los países cáli­dos como Perú se puede sufrir un golpe de calor cual­quier verano, éste es mucho más frecuente durante las olas de calor que se dan al­gunos años determinados. Suele afectar a personas an­cianas, muchas veces con es­casos medios económicos, o que viven solas en casas mal acondicionadas. Los ancia­nos están, además, más pre­dispuestos, porque al enveje­cer se pierde, en parte, la ca­pacidad de sudar y disminu­ye la sensación de sed.
Es especialmente frecuen­te en enfermos crónicos so­bre todo cardiópata o diabético y en las personas que abusan del alcohol o de cier­tos medicamentos, como los diuréticos, por ejemplo.
En algunos casos existen síntomas previos que avisan que el calor está producien­do daños; el anciano expues­to al calor empieza a notar dolor de cabeza, mareo o vértigo, confusión mental y dolor abdominal. Pero en la mayor parte de las ocasio­nes, el calor no avisa de for­ma específica, y el primer da­to evidente es ya la pérdida de conciencia. Cuando se en­cuentra al paciente, éste sue­le encontrarse aletargado di­fícil de despertar o incluso en coma. Está postrado, fláccido, respira rápidamente, y el pulso es rápido pero débil. Al tocarle, se nota algo muy característico: tiene la piel muy caliente, pero sorpren­dentemente seca, sin rastro alguno de sudor. La tempera­tura corporal del afectado suele superar los 40,5°C.

Algo se quema...
¿Por qué se produce todo esto? Sencillamente porque el calor "quema" muchos ór­ganos internos que no están capacitados para soportar temperaturas tan altas. El cuerpo entero está caliente, y la sangre ayuda a repartir este calor por todos los rin­cones, ya que no funcionan los mecanismos normales de enfriamiento. Si el paciente lleva unas cuantas horas en esta situación, morirá rápida­mente. Si consigue sobrevi­vir -esto es, si se le enfría rá­pidamente-, en el transcurso de los siguientes días podrá producirse algún tipo de da­ño cerebral, hepático, renal o muscular.
A menudo, los pacientes que superan las primeras ho­ras -las más críticas- mueren en los días o semanas si­guientes por enfermedades de cualquiera de estos órga­nos, o por infecciones. De hecho, en la ola de calor que sufrió la ciudad norteameri­cana de Nueva York en el año 1984, la mejor estudiada, la mortalidad de los ancianos aumentó casi un 40 por cien­to durante esos días, espe­cialmente la de las mujeres. Hasta un 80 por ciento de las personas que sufren un golpe de calor mueren como consecuencia de él.
El golpe de calor es una verdadera emergencia médi­ca en la que los minutos cuentan. Por tanto, es im­prescindible llevar al indivi­duo afectado inmediatamen­te al hospital. Si el traslado se va a demorar -aunque sea unos pocos minutos-, debe empezarse a enfriar al pa­ciente mientras se espera la ayuda. Para ello hay que des­nudarle por completo e introducirlo en una bañera con agua fría -poniendo incluso hielo- o darle una ducha de agua fría por todo el cuerpo. Es útil darle masajes en el torso y el cuello para que la sangre caliente del interior del cuerpo salga a la piel y se enfríe más rápidamente. Puede aplicarse hielo en los cos­tados, y ponerse un ventila­dor para que la corriente de aire acelere el enfriamiento.
Todas estas maniobras, que pueden ayudar a salvarle la vida, no deben, sin embar­go, demorar el traslado al hospital, salvo cuando éste se encuentre a mucha distan­cia. Debe conseguirse una temperatura corporal inferior a 38,5°C en menos de una hora. El enfriamiento rápido tiene tanta importancia, que es improbable que alguien sobreviva si no se aplica en las primeras horas. Por eso, las personas que viven solas tienen un riesgo más eleva­do. Sin embargo, al paciente que alcanza el hospital aún le quedan muchos días por de­lante antes de poder pensar que está curado.
La conclusión evidente de todo esto es que el calor no es inocuo y que deben tomarse precauciones para no sufrir sus efectos contrapro­ducentes. Así pues, no es ninguna tontería conocer nuestra temperatura ideal y luego decidir dónde pensa­mos pasar el verano.

Referencia: Dr. Alfonso J. Cruz Jentoft Hospital Universitario San Carlos, Madrid

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