LA MEDICINA EN EL ANTIGUO EGIPTO. PERCY ZAPATA MENDO.
LA MEDICINA EN EL ANTIGUO EGIPTO
En gran medida, lo que hoy sabemos de la medicina del Antiguo Egipto procede de los papiros médicos y de las inscripciones y objetos de monumentos funerarios, templos y tumbas.
El papiro de Ebers
De todos los papiros conocidos hasta la fecha, el encontrado por J. Ebers en 1871 en una tumba en Tebas es el que contienen una información más rica. Está fechado en el noveno año del reinado de Amenofis I -hacia el 1536 a. J. C- y comprende casi novecientas entradas distribuidas en 110 columnas. En un hermoso y uniforme tipo de letra se describen remedios para enfermedades de ojos y oídos, para quemaduras y heridas infectada, tratamientos para enfermedades del corazón y del intestino, cuidados y tratamientos ginecológicos, remedios para úlceras de la encías, para el resfriado y enfermedades pulmonares, etc. Incluye, además, excelentes descripciones clínicas, como la de la angina de pecho o la jaqueca, y refiere la utilidad de plantas y sustancias medicinales como el láudano, la digital, el tomillo, el sen, el aceite de ricino o la trementina, que aún figuran en la farmacopea moderna.
Por el papiro de Ebers sabemos que en el Antiguo Egipto había tres tipos de «médicos capacitados para tomar el pulso»: los magos, los médicos laicos y los sacerdotes de Sekhmet, diosa de la salud y la misericordia. Quizá esa diferencia en los tipos de "sanadores" viniera dada por la concepción de las distintas clases de enfermedades: los magos habrían utilizado conjuros y ritos mágicos ante enfermedades de causa "diabólica"; los médicos laicos tratarían las enfermedades naturales, y los sacerdotes de Sekhmet se habrían ocupado de las enfermedades derivadas del "castigo de los dioses".
El libro de las heridas
El otro gran papiro desde él punto de vista médico es el Papiro Smith. Hallado también en una tumba de Tebas, y escrito hacia el año 1550 a. J. C, contiene el llamado "Libro de las heridas". En él se hace una precisa descripción de heridas traumáticas del cráneo -aunque los médicos egipcios debían conocer la técnica de la trepanación no la habrían practicado más que muy excepcionalmente- y de traumatismos del cuello, tórax, hombros y columna vertebral. Detalla técnicas para reducir fracturas y luxaciones, algunas de ellas válidas hoy, y sistemas de vendaje y entablillamiento. En este papiro se indica sobre qué bases podía fundarse un pronóstico y decidir la actitud que había que seguir; traumatismos que debían ser tratados siempre, y casos ante los que nada podía hacerse. Asimismo, incluye varios capítulos dedicados a enfermedades ginecológicas y una fórmula magistral para enfermedades del recto y del ano. Finalmente, el Papiro Smith hace una referencia al ''Libro de los vendajes escrito para embalsamadores", pero sin detallar la técnica de conservación de cadáveres, tal vez porque la parte del mismo dedicada a ella se perdiera.
Las ideas de muerte y de supervivencia después de aquélla fueron algo casi obsesivo en aquel admirable pueblo, y en torno a ambas se creó todo un entramado legendario, religioso, artístico y médico.
Existirían dos almas: el "ka" espíritu guardián, que como algo externo sostenía a su protegido antes y después de la muerte, y el "ba" alma genuina, que también necesitaba el soporte corporal para sobrevivir, disolviéndose si el cuerpo se descomponía. Era, pues, necesario conservar el Cuerpo, evitando su corrupción y manteniendo un parecido, con el vivo que permitiera al "ka" y al "ba" reconocerlo y morar en él.
El embalsamamiento comprendía un conjunto de técnicas que debieron evolucionar a lo largo de las épocas. En personas distinguidas y en los momentos de más perfección, debía llevarse a cabo por un médico sacerdote, siguiendo varias etapas: el cadáver era trasladado a la llamada "Cabaña de Dios", donde se lavaba cuidadosamente para, acto seguido, extraerle las vísceras. El cráneo era vaciado por la nariz o por el agujero occipital con un alambre curvado en su punta.
Las cavidades torácicas abdominales eran lavadas con vino de palma y rellenadas con sustancias aromáticas. Las incisiones se saturaban, y el cuerpo se sumergía en una pila llena de una disolución de carbonato sódico. Allí se dejaba sesenta días, al cabo de los cuales el cadáver quedaba como un esqueleto recubierto por una piel amarillenta.
Para mejorar su parecido con el vivo, la boca se rellenaba con lienzo y carbonato sódico en polvo, el tórax y el abdomen se llenaban con serrín y sustancias aromáticas, y bajo la piel de los miembros se ponía arena o barro. Las incisiones se suturaban o sellaban con resina fundida, y los orificios de la boca, la nariz, los oídos y los ojos se taponaban con cera fundida; a continuación, la piel era untada con aceite de cedro y resinas aromáticas. Finalmente, los sacerdotes embalsamadores juntaban las piernas del cadáver, cruzaban sus brazos sobre el pecho y lo envolvían con largas vendas impregnadas en goma arábiga y betún según una depurada técnica.
El destino que seguiría la momia a partir de ese momento probablemente constituiría "toda una historia".
Referencia: Santiago Prieto
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