LOS DESFILES DE MI TIEMPO. PERCY ZAPATA MENDO.

LOS DESFILES DE MI TIEMPO
30 de julio del 2012

Tuve la fortuna que al estar cursando el Primer Año de Educación Secundaria en mi Colegio “Jorge Chávez”, ingresó como auxiliar un Ex militar de quien se decía había recibido preparación especial como soldado por unos agentes extranjeros…y ello no era raro, pues en el Perú de la década de los 70 y 80 se encontraba en plena vigencia el Servicio Militar Obligatorio, mi generación  había crecido bajo un Gobierno Militar y la democracia aún asomaba incipiente. La hipótesis de una guerra con el país sureño estaba vigente y las escaramuzas con el vecino del norte eran casi un acontecer frecuente. La preparación militarizada se profundizó aún más debido a la aparición de  los terroristas en la parte central del Perú. Así que este auxiliar, que por modestia omitiré mencionar su nombre y apellidos – que no por temor o sentimiento de culpa por parte de él – se propuso formarnos a nuestros 12 años de edad como reclutas siendo aún unos púberes adolescentes civiles.
La preparación era diaria, antes de ingresar a las aulas para iniciar con las horas de clase, se dedicaba 10 a 15 minutos a realizar una serie de ejercicios marciales (“planchas”, “ranas”, “polichinelas, “canguros”, etc.). Y dos veces por semana, en las horas de Educación Física o del curso  de Orientación en Bienestar del Educando, cuatro horas académicas semanales, se empleaba el tiempo para prepararnos en marchas y prácticas de ejercicio de orden cerrado, siendo estos últimos durísimos, donde los castigos físicos no estaban exentos y se administraban con profusión como si ante el menor asomo de cansancio o de equivocación en los pasos marciales, o si al elevar la pierna no lo hacíamos a la altura de la cintura formando un ángulo recto con el cuerpo o los brazos no estaban perfectamente extendidos y llegaban a la altura de los hombros del compañero de que estaba delante.
Cuando finalmente consiguió un automatismo perfecto y respondimos a las diversas órdenes sin pensar – ¡A la izquierda, izquierda! ¡Sobre la marcha, a la derecha, derecha!; ¡Media vuelta marcando tiempos…yaaaa!; ¡Oblicua derecha, derecha!; ¡De frenteeee…paso redoblado…marcheeeen!; ¡De frente paso de camino…yaaaaa!; ¡De frente paso de desfile…maaarcheeennn! -, nuestro auxiliar intercalaba un hombre-una mujer entre las diferentes secciones, su objetivo era que tanto el personal femenino como masculino alzaran las piernas a la misma altura, y quien flaqueaba, independiente de su sexo, recibía unos sonoros y dolorosos palmetazos en la cintura con una vara de madera de treinta centímetros rematada en una cabeza de forma circular veteada de agujeros, que cuando se aplicaba con la destreza que había adquirido nuestro guía, dejaba unos verdugones redondos en nuestras posaderas con puntos violáceos-sanguinolentos…eso en el mejor de los casos, pues a lo que más temíamos, era al bastón de mando de madera, que aplicado con fuerza sobre la parte posterior de nuestros muslos nos provocaba unos dolores inenarrables parecidos a alfilerazos, más cuando chocaban en la unión del muslo a la cadera, o una sensación de quemazón que permanecía por espacio de varias horas y se irradiaba hasta los talones. ¿Era esto una acción salvaje o irracional? ¿Una actitud antipedagógica? ¿Una clara vulneración de los derechos del adolescente o los fundamentales de la persona? Sí, pero visto con la óptica actual. En aquellos tiempo, era lo usual, y más aún, estaba plenamente apoyado por los padres, quienes querían de esa manera inculcar una disciplina en nosotros, sus hijos – y mirándolo bien, ninguno de nosotros, de los que he visto o mantenido contacto en la actualidad, tiene un comportamiento que sea motivo de queja o que no se lleve con soltura en cualquier reunión o evento social dentro de los parámetros correctos establecidos por los protocolos de una sociedad de bien – y muchos de ellos, añoraba en su prole una carrera militar en el futuro.
La preparación durante esos cinco años, que fue alternada con las visitas al Cuartel del Ejército los días domingos como parte del Servicio Militar No Acuartelado - donde éramos el blanco de los reclutas regulares, de los sub-oficiales, oficiales y demás estamentos de tropa, quienes nos infringían una serie de castigos físicos, hoy vistos como humillantes, pero que era usual en aquellos tiempos -  nos convirtieron en una más que perfecta máquina castrense-civil. Los premios ganados a nivel distrital, provincial, departamental e interdepartamental no se hicieron esperar. Un Colegio Nacional local, para siquiera poder ganarnos un desfile, influenciaba en las autoridades de nuestro medio, que eran ex alumnos de esa institución, y programaban dos desfiles en un mismo día en dos lugares distantes entre sí – como Chocope y Ascope- , con el objeto que mi colegio no asistiera a uno de ellos y obtener el premio respectivo. Pero no contaban con que nosotros estábamos preparados para estos casos, pues se contaba con dos escoltas igual de eficientes cada una, y el batallón, podía ser dividido en dos compañías y poder concurrir a los dos desfiles simultáneamente…lo siento por mis ex rivales de desfiles…por cinco años que duró nuestra educación secundaria, los tuvimos como se dice, de “chupes”.
Cuando llegaba un día de marcha, 6:45 am estábamos ya en el colegio, a las 7:00 am, a la orden “¡Seccioneees…doble distancia, doble intervalooooo…en columna cubrirseeeee!”, se originaba una zarabanda donde cada uno buscaba su ubicación acostumbrada, y lo cual era sencillo, pues a fuerza de participar casi semanalmente en diferentes lugares o ensayar de manera constante, todos sabíamos exactamente nuestra ubicación, y tomábamos la distancia de 1,5 metros del compañero de delante y otros tantos de los que estaba a los lados. Nuestros ojos debían de mirar la nuca del alumno de delante para alinearse perfectamente manteniendo una columna, y con el rabillo del ojo mirábamos a la derecha para alinearnos en fila con el otro estudiante, y procurábamos mantener esta disposición en todo el momento que duraba el desfile. Una vez alineados, nos dirigíamos por secciones para formar las compañías de varones y mujeres, y ambas para formar finalmente el batallón, desplegándonos por escuadrones en uno de los costados de la Plaza Principal acordada, a las 7:30 am, aun cuando los demás colegios formaran a las 9 am y los desfiles se iniciaran a las 11 am.
Causaba siempre gran revuelo nuestra aparición en los desfiles, pues como escolta que era con otros de mis amigos, innovamos por primera vez con alegoría marciales antes de ingresar al Estrado Oficial, movimientos que nunca habían sido vistos en nuestros medios y que imitamos a la usanza de los cadetes de West Point de Estados Unidos; además, fuimos igualmente los primeros que mantuvimos el monopolio de contar con un Uniforme de Parada, para diferenciarnos de la clásica camisa blanca, pantalón gris y cordones azules, que era universal en todo el alumnado a nivel nacional y que fue dictaminado como obligatorio por el Gobierno Militar y mantenido por los Gobiernos Democráticos siguientes. Nuestra indumentaria constaba de una boina azul oscuro, ladeada hacia la izquierda, en la parte plana de ella, lucia ostensiblemente un escudo del colegio. Un pañuelo de seda celeste cubría nuestro cuello y se escondía tras el cuello de la camisa. Un cordón de triple hebra intercalado con los colores dorados y blancos circunscribía nuestro hombro derecho, se remataba en el pecho del cual pendían dos borlas blancas con hebras doradas. Los guantes de algodón blanco resaltaban sobre la chompa negra. El pantalón gris contrastaba por la parte inferior con los escarpines de cuero blanco, firmemente cerrados con tiras de dril del mismo color y sujetos con correajes por la parte inferior de la suela del zapato, en la cavidad formada con el taco; los broches y los ojales de metal resaltaban ostensiblemente en este adminículo de protección de la basta de los pantalones.
Al momento de ser anunciado el izamiento de la bandera, las manos con los índices alineados firmemente con la costura lateral del pantalón se relajaban ligeramente. Al inicio de el izamiento, la mano derecha se desprendía de su posición con energía y brusquedad hacia afuera, formando un ángulo de 30 grados con la vertical del cuerpo, tras lo cual era llevado con fuerza hacia la cabeza, formando entre brazo y antebrazo un ángulo de 45 grados, de tal manera que la palma de la mano con los dedos y pulgar firmemente unidos mirando hacia abajo, se alineaban con la ceja derecha. Tras el izamiento, se repetía los mismos pasos pero en sentido inverso.
Al momento de marchar, a la orden de “Pase la escolta en columna de tres” que profería el auxiliar que estaba ubicado frente al estrado, todas las secciones gritábamos “Presente”, mientras que el Brigadier General simultáneamente levantaba su bastón apuntando al cielo, en tanto que todos nosotros, escoltas y el batallón en pleno,  inclinábamos el cuerpo ligeramente a la derecha, con el objeto que al empezar a marcar el paso, el primero de ellos saliera con fuerza y que se escuchara un sonido fuerte y unísono al golpear el suelo para posteriormente marcar el paso adaptándose a la cadencia de la banda según el ritmo o música militar que tocaba al momento.
Al iniciar la marcha, empezábamos Marcando el Paso sobre nuestro sitio y elevando la rodilla a la altura de la cadera; posteriormente al lograr la cadencia, pasábamos al Paso Redoblado, en el que se elevaba la pierna a una altura de 40 centímetros sobre el suelo, en este paso suave, nos preparábamos para los encoger con fuerza los dedos de los pies sobre la plantilla del calzado, para que al extender la pierna en el Paso de Desfile, la suela no sea mostrada al público y el empeine se alinee con la pierna y muslo en una casi horizontal perfecta, evitando formar una grotesca “L” como suelen mostrar hoy los escolares y colegiales, y por ende, enseñar la parte baja de los zapatos. La cadencia, era en promedio de 70 a 80 pasos por minuto (en una ocasión, una banda de músicos rival nos jugó una treta, tocó la marcha “Tacna” como el vals original, lo cual dio por resultado una cadencia de 120 pasos por minutos, nuestro paso por el estrado duró escasos segundos y mantener la extremidad inferior a la altura de la cintura, nos costó un esfuerzo supremo, aún con nuestra preparación de años…siempre recordaremos los que vivimos ello, esta mala jugada de los Ascopanos, pues no sólo marchamos como el correcaminos de la caricatura, sino que además levantamos una polvareda tal, que enturbió todo hasta la altura de nuestra cintura, impidiendo ver nuestra marcialidad por parte del público y el jurado).
Iniciábamos el Paso de Desfile 20 metros antes de llegar al estrado, pues a decir de nuestro auxiliar, nos debíamos igualmente al público, y terminábamos con este paso marcial en nuestro colegio, distante unos 60 metros más adelante, lo cual hacía un recorrido total de 100 a 120 metros, que los marchábamos con holgura y sin el menor asomo de cansancio.
Llegados al colegio, esperábamos el resultado del jurado cuando se disputaba algún premio a la gallardía. Cuando nos daban la noticia del triunfo, aparte del grito de júbilo general, el auxiliar, parándose sobre uno los pisos superiores del parque del Colegio, celebraba con un “¡Jorge Chávez…hiií...!, repitiéndolo tres veces, a cada uno de los cuales uno respondía alternadamente con: “Haaa”, “haaa, haaaa”, “haaa, haaaa, haaaaaa”.
Como añoro aquellos días, queridos amigos y amigas…repitiendo a Jorge Manrique: “Cualquier tiempo pasado fue mejor…”.

UNA PEQUEÑA ACLARACIÓN A LOS MAESTROS DE CEREMONIA EN LOS DESFILES CIVICO-MILITARES.
Es frecuente escuchar a los Maestros de Ceremonia referirse indistintamente a los diferentes estamentos de alumnos o soldados, como “Batallones”, lo cual es un craso error, tanto como que a un Médico le digan Curandero, y a un Agente de Protocolo se refieran a él como un Pregonero.
El número determina el nombre, en la mayor parte de países está establecido lo siguiente:
Un pelotón lo conforman                                  12 miembros.
Tres pelotones, forman una Sección              36 miembros.
Seis secciones, una Compañía                          216 miembros.
Dos compañías, un Batallón                             432 miembros.
Cuatro batallones, un Regimiento                  1728 miembros.
Dos regimientos, una Brigada                         3456 miembros.
Dos brigadas, una División                               6912 miembros.
Dos divisiones, un Cuerpo                                 13824 miembros.

Como pueden apreciar, y sin ánimo de incordiar, no pueden estar llamando a “en este momento se está acercando el batallón de escolta del colegio tal…”, o “viene el primer batallón de mujeres de la institución tal…”.
En nuestro distrito, a lo mucho, los que desfilan son una Sección de Varones y una Sección de Mujeres, con sus respectivas Escoltas de Honor y Estado Mayor.

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