INCONTINENCIA URINARIA. PERCY ZAPATA MENDO.
INCONTINENCIA URINARIA
La incontinencia urinaria es una alteración consistente en la pérdida involuntaria de orina -que puede ser demostrada de una manera objetiva-, y que provoca problemas en el la persona que la padece, no sólo en lo que se refiere a su higiene personal, sino también a sus relaciones sociales.
En tiempos relativamente recientes- hace menos de quince años-, esta alteración no recibía ninguna atención ni por parte de los profesionales sanitarios ni por parte de la población general.
No son meras "cosas de la edad"
En este sentido, es muy importante que tanto las personas que padecen este problema como los profesionales de la salud dejen de considerar justificada la explicación de este problema como un trastorno insoslayable, derivado de la edad, que, por la misma razón, haya que soportar estoicamente con todas las consecuencias negativas que acarrea.
Esto significa que, ante cualquier cantidad de orina que pierda involuntariamente el paciente, por pequeña que pudiera parecer, hay que pensar que existe una alteración en el aparato urinario y solicitar la ayuda necesaria para solucionarlo.
Un proceso muy organizado
El acto de la micción es un proceso que se realiza de forma voluntaria, y en cuyo control intervienen básicamente el tracto inferior y el sistema nervioso.
El tracto urinario inferior está formado por la vejiga y la uretra. La primera no es más que un compartimento donde se va almacenando la orina que continuamente se produce, y que debido a sus características puede distenderse y albergar unos 300 o 400 centímetros cúbicos (c. c.) sin que se sienta el deseo de orinar. La uretra, por su parte, está unida a la vejiga y constituye la porción encargada de evacuar al exterior esta orina.
El sistema nervioso participa directamente en el acto de la micción de varias formas. Existen unas raíces nerviosas situadas en la zona más inferior de la médula espinal que forman un centro de la micción, y desde allí salen conexiones a la vejiga, la uretra y las porciones más superiores del sistema nervioso central.
Al ser la micción un acto voluntario, se hace necesaria una correcta coordinación entre el tracto urinario inferior y el sistema nervioso. Cuando la vejiga se encuentra lo suficientemente llena, los receptores nerviosos transmiten esta sensación por las vías nerviosas hasta el sistema nervioso central, el cual "da su autorización" para la micción. Así, de una forma voluntaria, el músculo de la vejiga se contrae, la uretra se abre y se elimina la orina almacenada.
Junto con el sistema nervioso central, que ejerce una acción controladora -"autoriza" o no sobre el acto de la micción-, existen a nivel del tracto urinario inferior unos mecanismos fisiológicos que se encargan de mantener la vejiga llena sin que se escape ni una gota de orina, aunque exista en aquélla una cantidad abundante. Estos mecanismos que aseguran la continencia son dos y están situados uno a la salida de la vejiga -mecanismo proximal y el otro a la salida de la uretra -distal-. La responsabilidad de cada uno de ellos es diferente según el sexo, ya que, por razones de anatomía, el mecanismo proximal adquiere mayor importancia en las mujeres, mientras que en los hombres es el mecanismo distal el que contribuye de una manera más decisiva.
En condiciones normales, esta múltiple relación- vejiga, uretra, sistema nervioso - se lleva a cabo sin que surjan problemas de ningún tipo. En el caso concreto de las personas ancianas, lo que ocurre es que, puesto que suelen padecer varias enfermedades al mismo tiempo neurológicas, articulares, prostéticas, ginecológica, endocrinas, cardíacas, etc.-, pueden tener alguna lesión o alteración en cualquiera de los pasos descritos, y que son necesarios para que se mantenga la micción voluntaria.
Si se padece este problema urinario, es importante que se reconozca pronto, ya que el hecho de sufrir repetidamente escapes involuntarios de orina provoca una serie de complicaciones que afectan de manera negativa a la calidad de vida. Las principales complicaciones pueden ser médicas -entre ellas, caídas, úlceras de la piel, infecciones-, psicológicas -depresión, aislamiento, vergüenza, etcétera-, sociales -necesidad de más cuidados, ingresos hospitalarios, por ejemplo- y económicas -elevado coste de los pañales absorbentes, entre otras.
Grandes progresos
En estos últimos años se ha estudiado con más profundidad este problema, y no sólo se ha avanzado en los métodos diagnósticos, sino que han aumentado los conocimientos relativos a la causa de cada tipo de incontinencia.
Mediante una entrevista clínica, el examen médico y una serie de pruebas complementarias es posible descubrir la causa que provoca la incontinencia de orina, de modo que se pueden ofrecer diferentes alternativas terapéuticas. En algunas ocasiones, las causas revisten menos complejidad y son susceptibles de ser tratadas con más facilidad infecciones, utilización no adecuada de fármacos, falta de estrógenos, escasa movilidad y estreñimiento, entre otras-, mientras que en otros casos se precisa una investigación más detallada, que exige la realización de algunas pruebas técnicas para descubrir la causa responsable crecimiento prostático, disfunción neurológica y pérdida de elementos de sujeción de la vejiga, entre otras, que también tiene su tratamiento.
Un problema con solución
En la actualidad es posible eliminar este problema hasta en un 50 por ciento de los casos, mientras que otro porcentaje considerable de personas afectadas por esta alteración pueden ver mejorados y aliviados sus síntomas.
En este sentido, el tratamiento puede ser muy variado, en función de la causa de la incontinencia: ajustar los hábitos de la micción, hacer determinados ejercicios, tomar medicamentos o incluso someterse a una intervención quirúrgica son algunas de las posibilidades.
Para poder conseguir la curación o mejoría clínica, resulta imprescindible que tanto las personas sanas como los enfermos que padezcan en alguna ocasión incontinencia de orina, consulten lo antes posible a su médico con el objeto de buscar la solución que sea más adecuada y, de esta manera, poder desenvolverse con total normalidad, sin que exista ningún tipo de limitación ni consecuencias negativas.
De hecho, mediante estudios llevados a cabo en ancianos que padecían este tipo de problema, se ha podido constatar que gracias a un diagnóstico adecuado y a los diferentes tratamientos establecidos se logra corregir o disminuir en gran medida este problema y mejorar de una forma significativa la calidad de vida, hasta es momento alterada.
El hecho de haber alcanzado una edad avanzada no justifica por sí sólo que a los ancianos se les deba limitar el derecho a buscar una solución a sus problemas sobre todo cuando es posible superarlos y a seguir haciendo su vida con la mejor calidad posible.
Referencia: Dr. Carlos Verdejo; Servicio de Geriatría del Hospital San Carlos de Madrid.
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